Especial Cuadernos, diarios y notas: ¿hasta dónde llega la curiosidad literaria?
Sucede muy a menudo cuando un escritor o escritora importante fallece: primero son las recopilaciones de artículos, más tarde las reediciones, luego los libros “perdidos” si los hay, y finalmente, cuando ya ha pasado un tiempo prudencial desde su muerte, los libros de diarios. Ese es el momento en el que los autores se nos muestran en su versión más despojada, muchas veces dándonos otra cara, otras desvelando de manera directa odios, rencillas y desavenencias, todo ello para ayudarnos a crear una versión más completa y humana de quien nos entregó obras queridas. Sin embargo, muchas veces el lector puede tener una sensación extraña, casi como ser un espía o un cotilla, y que se le cruce por la mente un pensamiento recurrente: ¿debería estar leyendo esto?
Esa sensación aparece en numerosas ocasiones leyendo Apuntes para John, el volumen en el que se recogen los escritos que Joan Didion realizó durante un periodo tras sus sesiones de psicoanálisis, y que estaban destinados a su marido. Incluso para una autora que apenas establecía límites entre la obra y la vida personal, hay momentos de cierto pudor en los que uno se siente como un vecino cotilla que pone la oreja en la pared. Los traumas, las relaciones complejas e incluso el alcoholismo aparecen en sus páginas, a veces despojados de todo lo que pudiera parecer literario.
Puede que todo escritor, sin embargo, sea consciente de que lo que deja guardado puede ver la luz en algún momento, sobre todo si ya no está para remediarlo. Eso explica que muchos de estos diarios o cuadernos, escritos se supone que con una mayor inmediatez y ausencia de correcciones, sean lecturas que parecen perfectas. A menudo, lo son por lo que nos muestra del pensamiento de su autor, con el recuerdo de los diarios de Rafael Chirbes todavía presente. Otras, sin embargo, resultan demasiado esquemáticos, y que hayan aparecido en una edición para el público responde más a su tirón comercial. Un ejemplo, el Cuaderno del año del Nóbel de José Saramago.
Sin embargo, esa delgada línea entre lo realmente valioso y lo impúdicamente morboso es difícil de establecer. Hay lecturas que pasan de un lado al otro de la línea sin que podamos decidirnos. La curiosidad literaria, puede más, y volveremos a caer en el truco editorial más viejo del mundo.