Abajo el trabajo: libros que reivindican el derecho a la pereza

Como escribió en su poema el autor italiano Cesare Pavese, trabajar cansa. En una era en la que la productividad se glorifica y en la que estar ocioso parece casi un pecado, muchas veces podemos perder la perspectiva envueltos en un torbellino de responsabilidades y presiones. Parar a pensar es, en ese momento, más necesario que nunca, aún a riesgo de convertirnos en Bartleby el escribiente de Herman Melville, la primera de nuestras recomendaciones de hoy, y empezar a responder “preferiría no hacerlo”. Porque son muchos los escritores y pensadores que lo han hecho antes que nosotros y nos han enseñado que el trabajo no solo no nos hace más libres, sino que a menudo nos hace más infelices.

Moviéndome entre la novela corta y el cuento, Bartleby el escribiente ha sido importantísima para mí. Yo la recomiendo mucho mis alumnos.
Uno de los pensadores que dedicó más tiempo a la ecuación trabajo-servilismo fue Paul Lafargue. En su El derecho a la pereza se enfrenta a la sociedad burguesa y capitalista, apostando por la liberación del trabajo como vía para construir una sociedad mejor. Mucho después que él, Bertrand Russell exploró en los ensayos de Elogio de la ociosidad los beneficios de una sociedad en la que las horas laborables se redujeran al mínimo posible. Por su parte, Jacques Leclercq se refiere a la búsqueda de la felicidad a través de disponer de una gran ración de tiempo libre en su Elogio de la pereza.

Es un libro fundamental. Paul Lafargue estaba casado con una hija de Marx y era como el anti Marx. Era un luchador revolucionario pero su principal preocupación no era la nobleza del trabajo sino la nobleza de la indolencia. Era un defensor de la pereza, y eso en estos tiempos está muy bien.


Otros pensadores han ido incluso un paso más allá, proponiendo no solo una reducción del tiempo que empleamos desarrollando actividades laborales, sino defendiendo la prohibición del trabajo. Es el caso de Bob Black, quien en La abolición del trabajo explica que “para dejar de sufrir, hemos de dejar de trabajar”, haciendo una distinción entre lo que reconocemos habitualmente como trabajo y actividades necesarias para la sociedad entendidas desde un prisma distinto. Por otro lado, en El rechazo del trabajo, el sociólogo David Frayne analiza cómo el sistema capitalista coloniza la existencia humana a través del trabajo, y cómo el rechazo al mismo es la única vía para conseguir una sociedad diferente.

Pero no solo la actividad laboral nos afecta en nuestra esencia. Nuestra atención, cada vez más amenazada, nos impide distanciarnos lo suficiente como para tener una perspectiva. En Cómo no hacer nada, Jenny Odell nos explica cómo la mentalidad de la ocupación y los estímulos constantes consigue que no nos cuestionemos nuestro propio sentido, como individuos y a escala social.
