Gonzalo Suárez y los libros que permanecen en la memoria

La de Gonzalo Suárez es una de esas vidas que parecen muchas. Está, por supuesto, el director de películas clásicas en la filmografía española como Remando al viento o El detective y la muerte. También el escritor, autor de novelas como El asesino triste o los relatos de Las fuentes del Nilo. Pero antes que todos ellos estuvo el Suárez cronista y entrevistador, solo que respondía por otro nombre. La suela de mis zapatos recoge las crónicas que publicó en la década de los 60 en una Barcelona en ebullición bajo el pseudónimo de Martín Girard, y que le llevaron a hablar con algunas de las grandes personalidades de la época (de Charles Aznavour a Dalí, Buñuel o Pelé). Hablamos con él de su etapa como periodista y nos habla de los libros que permanecen en la memoria.
Video: entrevista y libros recomendados de Gonzalo Suárez

La creación de Martín Girard, como muchos de los giros de la vida de Gonzalo Suárez, es tan poco meditada como fascinante, y se debe en buena parte al fútbol. “Es todo de repente y por casualidad”, confiesa. “Proviene de la época en la que hacía los informes de los equipos que iban a jugar contra el Inter de Milán. Helenio Herrera, que era el entrenador y además era marido de mi madre tenía una dificultad táctica grande para poder encontrar espacios, era la época del catenaccio. Mi aportación era esa: informarle, en función de su táctica, de qué espacios se creaban. Pero en un momento determinado, él planeó pasarse al Barcelona, y le interesó que le hiciera una entrevista. Yo en ese momento no hacía entrevistas, pero lo hice. La dejé y, cuando volví con mi mujer, estaban muy entusiasmados y perplejos por la entrevista. La había dejado sin firmar, quizá por cierto pudor por haber sido espía de Helenio. En ese momento, cogí el apellido de mi mujer, Hélène, que es Girard, y recordé que un amigo me había dicho en su día que Martín era un buen nombre para un periodista. Firmé Martín Girard”.
Nacía así una firma que, en las páginas de La Vanguardia y otras publicaciones del momento, se hizo célebre por la manera en la que narraba, alejada del estilo de la época, los encuentros con personajes famosos o comunes desde una primera persona entonces casi inédita en el periodismo. Como diría años después Javier Cercas, Martín Girard se adelantó al nuevo periodismo de Tom Wolfe, solo que Girard, o Suárez, ni siquiera lo tenía en mente. “Yo no tenía ninguna pretensión de anticiparme a nada. Simplemente el entrevistador para mí era un personaje más. Esa era la diferencia”, señala.
Cuenta Suárez que su manera de acercarse al periodismo fue instintiva y poco meditada. “El diálogo en el que el entrevistador y el entrevistado son personas y se relacionan fue mi opción primera, y seguiría siendo mi opción”, señala. “Eso era lo que luego se dio en llamar nuevo periodismo, pero para mí era simplemente una relación entre dos personas. Este libro no lo he vuelto a leer, pero la reminiscencia es que era como una especie de aventura. Iba al encuentro de las personas y el estupor era tanto o más el del entrevistador que el del entrevistado. Descubrí, y de hecho lo echo de menos, que la entrevista implica una relación y una acción diferente que la literatura, que se hace sentado. A veces es tremendo porque es un combate contigo mismo y te ganas. Te ganas, pero no sé para qué, porque los libros luego son como esas cartas que metes en un buzón y nadie contesta. Sí, unos pueden tener más éxito que otros, pero eso ya no te enteras. De mayor quiero volver a ser entrevistador”.
Escapar del éxito
La andadura de Martín Girard duró apenas ocho años, momento en el que Suárez se volcó en su carrera como cineasta. “Quizá he tenido una cierta reticencia con respecto al éxito, pero no era tampoco consciente de ello”, confiesa ahora. “No es que me disgustara tener éxito, pero cada vez que tenía éxito sistemáticamente lo dejaba, ahora compruebo que o lo dejé o me dejaron. En el caso del cine yo diría que hubiera prorrogado todavía mi actividad. Entonces, ¿qué haces al día siguiente? Mantener la expectativa. Buscar otra cosa. Ahora la mantengo, aunque está más circunscrita inevitablemente a la literatura por mi edad provecta. De hecho, ahora espero que se haga la película basada en mi libro con Sam Peckinpah, los guiones que en su día no acabaron haciéndose. Parece que la va a hacer Sorogoyen”.
Su aventura en el cine también nació de la casualidad, o al menos de saber aprovecharla. “El presidente [del Inter de Milán] Moratti me tenía preparado, porque había sido un éxito todo lo del Inter, un cargo importante en la Esso. Y en ese momento dije que no, lo cual fue un poco traumático. Dije ‘quiero hacer cine”, recuerda. “Solo conocía el cine como espectador y tuve que inventarlo, con la torpeza consabida y la ambición de hacer un cine que fuera como el impresionismo, donde la pincelada llevara la delantera sobre el tema. De ahí luego he hecho veintitantas películas. Pero como ya escribía y había ganado cierto prestigio como escritor, uno de mis amigos me dijo ‘zapatero a tus zapatos’. En cambio luego se me conoce más por el cine que como escritor”.
Una trayectoria cambiante y fascinante que, cuando echa la vista a atrás, mira con cierto descreimiento. “Como bien dijo Claudio Rodríguez, con quien a los 17 años compartí los pasillos y el bar de la facultad, parecía que no me interesaba la filología francesa, en virtud de mi padre, o luego la filosofía”, recuerda. “Creo que lo que no he conseguido es aprender. No sé aprender. Es algo que ahora, por ejemplo, me ha convertido en un analfabeto total tecnológico. Recuerdo una conversación con una escritora incipiente, pero exitosa, que me decía: ‘Nosotros los escritores…”. Y yo dije: ‘No, un momento, yo no soy escritor’. No me he sentido ni escritor ni cineasta. No, yo estoy haciendo cosas, buscando, tanteando y, pero no me identifico tampoco con lo que hago”.
Gonzalo Suárez y los libros que permanecen en la memoria
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Yo empezaría por uno, y miento si digo que es un libro ancestral del todo, pero sí es un reencuentro, es El libro de la selva. Aunque en su día, sin duda, ocupó un lugar, lo he reencontrado y, de repente, el hecho de que el lobo, los animales, hablaran y se convirtieran en personajes, me ha seducido. Me conecta con algo que excede el contexto humanoide.
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Voy a omitir El Quijote, que no pienso volverlo a leer con toda la admiración que tengo por Cervantes, una vez más un caso de aventurero que escribe, no un escritor, sino un señor que vive, escribe, que los pasa mal, bien, como en la vida misma. Estos personajes ya no necesitan el libro, ya cabalgan solos fuera. Eso es maravilloso. De Cervantes, en cambio, yo recogería Persiles y Sigismunda. De hecho, escribí un guión en el que una chica en bicicleta que iba a través de una selva al encuentro de Cervantes en un último viaje para que le contara una última historia. Me gustaría haber hecho esa película.
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Quitando ya los clásicos, tendría, recuperaría las series negras, los libros de Dashiell Hammett y Raymond Chander, por ejemplo, que tanto me influyeron en su momento.
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¿Y por qué no Mark Twain, por ejemplo? Mark Twain, el humor, el sarcasmo… Estoy hasta las narices de la mala leche actual, me repugna la falta de humor a todos los niveles.