
Especial Neil Gaiman y el problema de qué hacer con la obra de un artista cancelado
Pocas caídas literarias han sido tan estruendosas como la que está viviendo desde el pasado verano Neil Gaiman. El autor de Coraline, de Sandman o Buenos presagios, una de las voces más reconocibles y queridas del mundo de la novela fantástica y el cómic, comenzó entonces un proceso en el que su imagen pública comenzaba a resquebrajarse, y que ha quedado definitivamente dañada con la publicación este mes de un artículo de la revista New York Magazine en el que ocho mujeres relataban casos de agresión sexual por parte del autor. Todas ellas eran sensiblemente más jóvenes que Gaiman, relataban casos similares de dominación y sexo agresivo no consentidos, y varias de ellas habían denunciado previamente los hechos ante las autoridades.
Desde entonces, el número de acusaciones públicas ha subido a 12 y, esta semana, una de las editoriales habituales de Gaiman, Dark Horse Cómics, ha anunciado que corta relaciones con el autor británico, dejando de reeditar sus títulos pasados y cancelando las publicaciones de nuevos títulos previstos. El alcance de la caída ha trascendido al sector editorial, y varios de los proyectos audiovisuales en los que Gaiman estaba involucrado también se tambalean. Si bien la adaptación de Netflix de The Sandman sigue adelante de momento, la serie basada en Buenos presagios ha anunciado abruptamente su final con un último capítulo de cierre, y Disney + ha paralizado, de momento, la producción de la serie de El libro del cementerio.
El de Gaiman no es, ni mucho menos, el único caso de un autor cuya figura pública queda profundamente en entredicho, pero quizás sí el que más ruido ha generado, tanto por la popularidad de su obra como por el papel adoptado por él mismo, que desde la irrupción del #MeToo había adoptado públicamente una postura en favor del movimiento. Junot Díaz, premio Pulitzer por La maravillosa vida breve de Oscar Wao, fue acusado de abuso, pese a que más tarde una investigación del MIT, la universidad en la que imparte clases Díaz, no encontró indicios de veracidad en el caso.
En otros casos, las acusaciones de abusos no han apuntado directamente a otros autores, sino al silencio ante ellos. La hija de Alice Munro hizo público hace pocos meses su acusación de abusos sexuales por parte de su padrastro, marido de la autora, una situación de la que la premio Nobel, siempre según la versión de su hija, era conocedora. Más recientemente, un caso similar apuntaba a la pareja de Juan Goytisolo, en este caso mediante una acusación de la nieta del escritor. En ambos casos, las acusaciones se han hecho públicas después de la muerte de los autores, lo que nos priva de su versión de las mismas.
El debate eterno: obra y autor
Más allá de las particularidades de cada caso, y de que se puedan probar o no los hechos, casos como el de Gaiman nos enfrentan a un dilema antiguo: ¿qué hacer ahora con la obra de un autor cuando su reputación social y moral ha quedado manchada? Un debate que, en los últimos tiempos, es cada vez más frecuente, y para el que no hay una solución de consenso. La línea que separa la obra del artista la pone cada uno, muchas veces basándose en afinidades o gustos más que en razones objetivas.
No obstante, el debate continúa, con voces que tratan de establecer una manera de enfrentarse a estos casos. Eso hizo la escritora Claire Dederer con un artículo en The Paris Review titulado ¿Qué hacer con el arte de hombres monstruosos?, que más tarde expandió en forma del ensayo Monstruos. ¿Se puede separar el artista de su obra? En ambos, Dederer parte de su fascinación por la obra de los cineastas Roman Polanski y Woody Allen, y la manera en la que conocer las acusaciones contra ambos ha cambiado su percepción de su obra. Imposible reducir las reflexiones de la autora en unas pocas líneas, pero rescataremos una de sus reflexiones: a veces no podemos elegir lo que amamos, ni amamos a algo o a alguien que deberíamos.
Sobre esta misma cuestión se pregunta Gisèle Sapiro en ¿Se puede separar la obra del autor? Censura, cancelación y derecho al error, en el que la autora francesa también aborda los casos en los que por motivos ideológicos o políticos algunos artistas se han encontrado con la oposición de parte del público y los medios. Abordando la cuestión desde una perspectiva más filosófica, Sapiro tampoco da fórmulas maestras (imposible darlas), pero sí aboga por juzgar la obra de manera independiente a su autor, aunque con líneas rojas: cuando se incite al odio contra algún colectivo por su género, origen o sexualidad, o cuando se ejerza una violencia, real o simbólica.
En el caso de Gaiman, la violencia existe, o al menos de momento las acusaciones de violencia (numerosas, similares y con un patrón claro). Corresponde ahora a sus lectores dictaminar si eso es suficiente para seguir disfrutando de su obra o no. Pero quizás, como también apunta Dederer, incluso si se quiere creer en la inocencia del artista, o incluso pasar por alto sus actos, ya sea demasiado tarde. La sombra de estar frente a la obra de un monstruo está demasiado cercana como para ignorarla.