Rodrigo Cortés y los libros que cambian las reglas
El cineasta y escritor publica 'Cuentos telúricos', una recopilación de relatos que dejan volar la imaginación.

El público conoció a Rodrigo Cortés por el cine, pero hace ya un tiempo que esa actividad y la literatura van casi a la par en su carrera. Después de novelas, relatos y un libro inclasificable como Verbolario, Cortés ultima el estreno de su próxima película, Escape, mientras publica Cuentos telúricos, una colección de relatos que parten de la tierra para buscar distintas formas que se salen de la realidad. Con él hablamos de cómo escribir cuentos, de la diferencia de escribir para el cine o para la literatura y nos recomienda libros que cambian las reglas.

En Cuentos telúricos, Cortés recupera un formato que tiene en mucha estima. “Es curioso porque todos hablamos de la preferencia en ventas de la novela sobre el cuento, que es un hecho, pero todos hemos leído muchos cuentos de autores a los que amamos”, argumenta. “En cierto sentido, es casi la forma natural o primigenia de literatura desde que se cuenta una historia en torno al fuego. Es difícil no pensar en Salinger o en Kafka, o en Cheever o en quien sea. Hay una tradición cuentística muy respetada en Cortázar, por ejemplo. Pero por algún motivo, efectivamente, en las tiendas parece funcionar mejor la novela, como si mucha gente prefiriera abrazarse a unos personajes y seguir su periplo durante un largo tiempo”.

En cualquier caso, el cuento tiene sus propias reglas. “Cortázar decía que una novela es como un árbol que se ramifica y se expande, que permite la digresión, mientras que el cuento es más como una esfera que se abre y se cierra sobre sí misma. Pero es una declaración tan discutible como cualquier otra, porque nada se puede hablar en mármol y también hay cuentos que se expanden y ramifican y novelas muy precisas y autocontenidas”, cuenta. Cortés afronta su escritura “con toda la libertad del mundo y trato de cuestionarme muy poco en el primer impulso. Sí, en la relaboración, en la reescritura, en la revisión. Así que acojo con mucha deportividad ideas e imágenes que acuden, y empiezo a modelar esa energía sobre la marcha. Es cierto que el cuento te obliga a empezar en media res, de alguna manera inferir qué ha sucedido antes, y te permite abandonar algo en un momento determinado, permitiendo que el lector concluya la narración. Pero eso lo puedes hacer también en una película, lo puedes hacer en una novela. Empiezas donde quieres, acabas donde quieres… Por otro lado, parte de la escritura es precisamente eso, en largo o en corto: dar vida a aquello que narras o descubres, pero permitir la capacidad de evocación, de resonancia y de sugerencia, y que el trabajo lo complete siempre el lector en su cabeza”.
Cuentos sin moraleja
En Cuentos telúricos, afirma Cortés, “hay cuentos de muchos sabores, pero es un álbum, no son grandes éxitos. No es un apaño de urgencia de textos sacados del cajón, sino que es uno de esos álbumes con canciones rápidas y canciones lentas, canciones largas y canciones simples, pero que responden a un criterio sonoro, a una vibración, a una producción musical. Así que los hay crueles, los hay divertidos, los hay poéticos, los hay luminosamente tristes, y a menudo una combinación de muchos de estos sabores o extensiones. Hay cuentos muy largos, como Gente Serpiente o como La Casa Brooke, cuentos muy pequeños que tratan de condensar una gran cantidad, casi vidas enteras a veces, en un puñado de líneas. Pero efectivamente les une ese telurismo del cuento, ese adjetivo semimágico que hace referencia al poder esencial de la Tierra. Esa vibración invisible que afecta a los habitantes de un entorno y que sigue reglas anteriores al hombre. Por eso son cuentos casi fantásticos o cuentos realistas a duras penas, o cuentos mágicos por muy poco, porque por mucho que echen a volar en ocasiones, siempre hay un ancla que los arraiga con fuerza al suelo”.
El ser humano demanda respuestas, pero también se siente a menudo decepcionado ante las respuestas
Lo que advierte que el lector no encontrará en Cuentos telúricos es moralejas. “El ser humano, el lector, el espectador demanda respuestas y se siente satisfecho ante las respuestas, pero también se siente a menudo decepcionado ante las respuestas”, argumenta. “Todos queremos saber cómo lo ha hecho un mago con tal de no saberlo, porque en el mismo instante en que lo sabemos, decimos ‘así cualquiera’ y nos sentimos inmediatamente decepcionados. Por lo tanto, si se satisface demasiado ese primer impulso del espectador o del lector, como tantas veces se hace y tal vez más que nunca, a la vez se empiezan a matar un montón de posibilidades que podrían quedar resonando en su cabeza y paradójicamente no queda más satisfecho, solo queda más inmediatamente satisfecho, pero la obra acaba en ese mismo instante dispuesta a ser olvidada en cualquier instante. Así que entre los Cuentos telúricos hay sin duda fábulas, pero ninguna tiene moraleja. No hay una sola lección que dar, ninguna tiene un significado unívoco, no hay una sola recomendación y el lector puede apañárselas exactamente como quiera”.
Escribir para la página y para el cine
Cualquiera que haya seguido de cerca la trayectoria de Cortés sabrá que su cine y su literatura son muy diferentes. “En mi cabeza no hay cámara posible sin pluma ni pluma sin cámara, son dos lenguajes que amo, pero no confundo, son muy diferentes y trato de explotarlos y estirarlos y comprimirlos buscando sus límites hasta sus máximas consecuencias”, afirma. “De manera que en cine, por ejemplo, trato de no hacer simple cobertura desde puntos de vista diferentes con una cámara para que después un montador se haga cargo de todo eso y le dé cierto orden, sino que hay una apuesta por el lenguaje, por el lenguaje de la cámara, por el corte, por el sonido, por la música… Lo mismo sucede con la literatura de una forma muy distinta”.
“Muchos libros son falsos guiones espolvoreados de adjetivos y que tienen una vocación narrativa y de trama que sería muy vertible al cine, pero eso que llamamos literatura muchas veces responde a otros patrones y códigos”, prosigue. “No es tanto el arte de la acción como el de la evocación, el de la resonancia, el de la propia sensorialidad del lenguaje. No es tanto lo que le pasa a alguien como qué hace ese alguien con lo que le pasa. Cómo lo digiere, cómo lo procesa, cómo lo devuelve al mundo en forma de mirada. Eso hace que, efectivamente, mis novelas o cuentos sean difícilmente adaptables al cine y que las películas que he hecho probablemente solo podrían ser una novela en términos muy simples y narrativos y poco literarios”.
Rodrigo Cortés y los libros que cambian las reglas
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Un escritor súper dotado, un escritor sensacional, poco leído ahora, poco reeditado, aunque tuvo mucho prestigio y predicamento en su momento. Autor de El mago, por ejemplo, de El coleccionista. Pero en este libro de relatos hay una especie de acceso a una revisitación de temas y tropos tratados en su obra desde ángulos distintos y es enormemente disfrutable.
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Muy a menudo menciono, porque me resulta casi inevitable, El mar, el mar, de Iris Murdoch. Una novela muy difícil de definir, que es casi una historia de fantasmas o una trama semidetectivesca, una novela sobre el azar o sobre la relación de personajes ingleses pretendidamente cultos pero profundamente fatuos, en la que finalmente hay la intromisión de un mundo que no parecía planteado en la novela y que cambia las reglas de todo. Es una experiencia fascinante y seguramente una de las experiencias lectoras más fascinantes que he vivido nunca como lector.
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Cualquier buena colección de relatos de Kafka. Páginas de espuma, acabo de hacer una de cuentos completos recientemente, por mencionar una. Hay más y se me hace complicado presentar a Kafka y decir algo que no se haya dicho ya de él en forma de angustia y de peso vital. Pero se presta poco atención a la ironía que hay en Kafka, a esa forma de poner el mundo patas arriba desde una resignación que, analizada desde el punto de vista adecuado, es casi divertida y que nuevamente transita mundos a veces semifantásticos, que no son los que corresponden a la realidad en teoría pero sí a las verdades de la realidad que se enuncian de una forma muy poderosa.
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Cunqueiro tiene esa prosa exquisita con subordinadas a veces aparentemente interminables, pero cargadas de poesía disfrutable, paladeables. Y con esa magia y esa poesía tan gallega que se aterriza mucho en el suelo y que hace que sea perfectamente posible en cualquier lugar. Pienso en Cunqueiro, como puedo pensar en Wenceslao o en Valle u otros gallegos que por alguna razón acceden a la magia de esa forma tan simple.