Especial La insoportable levedad del escritor de best sellers
La protagonista de Pluribus, la nueva serie del creador de Breaking Bad, Vince Gilligan, es una escritora de novela romántica. En el primer episodio asistimos a una de sus giras promocionales, en la que se enfrenta con hastío a sus fans en sus firmas de libros. Muy pronto sabemos que se siente atrapada por la saga que ha creado y que los miles de copias vendidas no son suficientes para llenar el vacío que siente como escritora. Ella desearía estar escribiendo esa novela “seria” en la que ha estado trabajando, pero la maquinaria en la que se ha metido solo demanda más y más historias románticas. Los acontecimientos llevarán su vida por un camino muy distinto, pero esa amargura de seguir un camino que no le hace feliz es clave para entender al personaje.
Otro personaje de reciente aparición, también mujer y también escritora de best sellers, es Quintana Torres, la protagonista de la última novela de Mikel Santiago, La chica del lago. En su caso, el género es el thriller, pero también muestra su pesar a los servilismos de su posición: las interminables firmas de libros, la presión de que su nueva novela se venda bien o el síndrome del impostor. Más allá de la casualidad de que estas dos creaciones de ficción hayan aparecido al mismo tiempo, ambas responden a un arquetipo que ha ido calando en la cultura popular: el de escritor, o escritora, de best sellers que no quiere serlo.
Si el éxito en el arte siempre se ha considerado como sospechoso desde los sectores más puristas, en la literatura lo es quizás más. Lo que se vende mucho siempre es mirado con recelo, siempre puesto en el entredicho de lo comercial. No ayuda la deriva editorial, que tira de premios y nombres conocidos para colocar copias en las librerías. Pero infundado o no, la imagen del escritor de best sellers que aflora es esa, la de alguien que elige el camino del entretenimiento medido en lugar del de la creación. Como el personaje de Misery de Stephen King, otro escritor superventas, están atrapados, aunque no por una fan desequilibrada sino por sí mismos. Al menos esa es la imagen que se proyecta en la ficción.
El éxito, siempre arma de doble filo, adquiere un tinte más peligroso en el campo literario. Si se busca a toda costa, el autor o autora es menospreciado por la crítica. Si se consigue de manera inesperada, como en el reciente caso de La península de las casas vacías de David Uclés, la sobreexposición comienza a jugar malas pasadas y los críticos arrecian. El equilibrio perfecto pocas veces se alcanza. El best seller, como tal, ha ido perdiendo la capacidad de generar obras perdurables con el tiempo, quizás por la creciente tendencia a rodear de marketing a determinadas obras, y una competencia feroz en géneros como la novela negra o la histórica.
Motivos todos ellos por los que sea inevitable recelar ante una lista de los libros más vendidos. Pero quizás convendría no hacer de esa ecuación, éxito comercial igual a pobre resultado artístico, aunque nos hayamos acostumbrado a verlo. Abocarse a esa desesperanza y el cinismo de que todo lo popular es mediocre lleva, a la larga, a sentirse tan atrapado en uno mismo como los escritores de best sellers de la ficción reciente.