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Entre el marketing y la resistencia: ¿Siguen importando los premios editoriales?

Especial Entre el marketing y la resistencia: ¿Siguen importando los premios editoriales?

Carlos Rey España /

Fue probablemente el momento más rocambolesco, además de involuntariamente cómico, de la industria editorial reciente. En 2020, el premio Espasa de poesía recayó en el venezolano Rafael Cabaliere, autor que se podría englobar bajo una etiqueta cargada de suspicacias, la de los “poetas de Instagram”. El hecho de que se tratase de un escritor con un perfil apenas público pese a su éxito en redes sociales, que no recogiera el premio en persona al no poder viajar (era época de pandemia) y, por qué no decirlo, la calidad de sus versos, provocaron que se esparciera un rumor: Rafael Cabaliere no existía, al menos en forma humana; era un bot ideado para generar poesías automáticas. El chisme llegó tan lejos que la editorial tuvo que lanzar un comunicado negándolo y el propio autor grabó un video para despejar dudas. 

El asunto Cabaliere, además de generar numerosos artículos de opinión desde diversos ángulos, sirvió entonces para poner en el debat lo que desde hacía mucho era una evidencia: el prestigio cada vez más papel de los premios literarios, convertidos en muchos casos en una herramienta promocional más que en el baremo de la calidad de una obra. Desde entonces, la sombra de la duda no ha hecho sino crecer, con episodios como el del premio Planeta de Carmen Mola como agravantes. A la polémica sobre el uso de un pseudónimos que hacía pensar que los tres coautores eran en realidad una sola mujer, se unió el hecho de que la editorial aumentase la cuantía del premio a un millón de euros (superando a la dotación del Nobel, nada menos), lo que algunos vieron, con suspicacia, como un movimiento para seducir e incorporar a su catálogo a uno de los nombres de más éxito en los años recientes.

El Planeta es, quizás por movimientos como este, el premio literario que más crédito ha perdido en las últimas décadas, quizás también porque es el que ha elegido ganadores con una mayor proyección comercial en los últimos años, y a menudo premiando a firmas “de la casa”, lo que no ayuda a despejar las sombras. Pero otro factor a tener en cuenta es también la multitud de premios que existen asociados a editoriales, desde el premio Biblioteca Breve (Seix Barral), El Tusquets de novela, el Alfaguara o el premio Herralde de Anagrama, solo limitándonos a la novela. Más allá de la calidad de muchos de los premiados, su capacidad para generar más ventas parece bastante limitada. Excepto el Planeta, claro, con una tirada inicial que supera los 200.000 ejemplares.

La situación la resumía así Marta Sanz ya en 2019: “Los premios son una estrategia publicitaria que está de capa caída por varias razones: los lectores no confían en la limpieza de los premios y, a la vez, los premios que aspiran a ser limpios, no encuentran lo que buscan”. La autora madrileña ganó uno de ellos, el Herralde, en 205 con su novela Farándula, precisamente uno de los pocos que sigue manteniendo su prestigio, incluso generando fenómenos de culto como el de Nuestra parte de noche. Quizás por esa exigencia también fuese de los pocos que han declarado desierta una de sus ediciones, en 2022. Sin embargo, los premios siguen ahí cada año, aunque cada vez, y salvo excepciones, con un poco menos de alcance.


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