La muerte y la gloria
Libros cuyos autores se hicieron famosos luego de morir

La muerte y la gloria a veces caminan de la mano. Uno acaba abrazado a la parca y, de repente, los críticos se hacen eco de su obra, los lectores comienzan a comprar ejemplares como si fueran a desaparecer, y de un día para otro, uno, que había vivido casi en la miseria, se convierte en autor de culto. Historias mucho más rocambolescas se han dado. Algunos de estos escritores nunca buscaron el éxito en realidad; otros se suicidaron precisamente por no conseguirlo; otros escribieron una obra demasiado moderna para los tiempos en los que vivieron; y otros, simplemente, tuvieron mala suerte: infartos, enfermedades y accidentes acabaron con su vida antes de dar el gran pelotazo. La batalla queda después para los herederos, habitualmente económica, ya que ven en estos libros la gallina de los huevos de oro. A los lectores, al menos, nos queda leerlos. Y disfrutarlos.
La muerte y la gloria
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Hasta que se convirtiera casi en miembro de Los Vengadores, Salander era una chica herida pero no asustada, lejos de los radares, puro signo de los tiempos y más grande que su autor.
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Lo que más me gusta de este libro es la forma en la que su protagonista se desenvuelve en la contradicción en la que tiene que vivir ahogando su moral, sus convicciones y todo aquello en lo que ha creído siempre. Salvando las distancias y aquello en lo que el personaje concretamente cree, ¿quién no se ha visto en una situación así?
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ANTOLOGÍA BILINGUE
Konstantinos Kavafis
Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas
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Otra de las influencias de la novela, junto a Los detectives salvajes.
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Sobre la pérdida de la inocencia, la corrupción de la carne, del espíritu, el envejecimiento, la niñez, el madurar. Extrañísima pieza de un autor con el que me río mucho.
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La historia de Ana sobrecoge. Un relato de niña pero con la dureza de poder entender mejor, y en primera persona, lo sucedido. Lo he leído mil veces y todas me hace temblar.
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Walden es un puño llamando insistentemente contra las puertas del cuerpo y del espíritu. ¿Quién se levantó, dentro de mí? ¿Quién recibió la crónica de un simple ser-en-el-mundo, siéndolo con pasión? No fui yo, esta mujer discreta de apariencia civilizada. Fue una lectora interior, alguien que habita sentada en uno de los órganos de mi digestión: el instinto atemporal de huida y soledad, presencia e integración.
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