Libros sobre personas extraordinarias para recuperar la fe en el ser humano

Asomarse a las noticias durante estos días, y no digamos a ciertas redes sociales, puede ser una experiencia traumática. La división, la falta de empatía y la agresividad que nos encontramos resultan perniciosas para el espíritu y para una mínima salud mental. Pero todavía hay algo peor: podemos llegar a la conclusión de que todo eso que estamos viendo es la norma, que el ser humano es, por definición, insolidario y egoísta. Por eso, en situaciones como la actual también debemos recordar que somos capaces de lo peor, pero también de lo mejor. Hay personas que ejemplifican esa capacidad para superar problemas y barreras, para sobrevivir a la maldad sin rencor y para ampliar los horizontes de nuestra imaginación, y una buena cantidad de libros que nos relatan sus historias.
Hay personas que nos admiran por ser capaces de superar las dificultades más severas de la vida, por no dejarse derrumbar ante las tragedias y buscar la felicidad incluso en las condiciones más adversas. Neus Català es una de ellas: superviviente de la Guerra Civil española y los campos de concentración nazis, no solo superó algunas de las experiencias más atroces que se puedan imaginar sino que nunca perdió su compromiso político y social, como se refleja en La paloma de Ravensbrück. En otros casos no son las acciones de otros seres humanos lo que hacen que alguien tenga que ponerse a prueba y superarse, sino la enfermedad. En No sabes lo que me cuesta escribir esto, Olivia Rueda nos relata cómo un ictus le privó casi por completo de la capacidad de leer y escribir, y cómo a través de un duro proceso de reaprendizaje pudo recuperar esas habilidades.
El compromiso social es otra de esas cualidades que nos inspira y nos hace tener un poco más de fe en un futuro mejor. Harry Leslie Smith, escritor y columnista británico, luchó en la II Guerra Mundial y vio cómo el mundo que se construyó después de la contienda se fue resquebrajando poco a poco hacia el final de su vida. En Mi última batalla, escrito poco antes de su muerte, es un alegato a favor de las conquistas sociales que no se deberían perder y la muestra de cómo alguien lucha por los derechos de todos incluso en los últimos años de su vida. En El mundo de ayer, Stefan Zweig nos da muestras de un carácter europeísta que mantiene pese a que tuvo que vivir dos Guerras Mundiales, y exiliarse huyendo del horror nazi.
Hay vidas que parecen destinadas a contarse en un libro, como las de Jessica Mitford. Parte de una familia aristocrática británica, desafió las convenciones de su tiempo y de su clase social para cubrir como periodista la Guerra Civil española. O Leonora Carrington, que en Memorias de abajo relata cómo su pasión por el arte y un modelos de vida muy alejado de lo que se esperaba para una mujer de la alta sociedad le llevó a sufrir todo tipo de dificultades e, incluso, el internamiento en un psiquiátrico en Santander. O como el caso del cómico Trevor Noah, quien en Prohibido nacer nos habla de las dificultades que superó como un niño mestizo en la Sudáfrica del apartheid y cómo logró hacer reír a personas de todo el mundo.
La capacidad para imaginar, para llevar el arte a nuevas dimensiones y crear una obra que perdura en el tiempo también nos inspira y nos muestra lo mejor del ser humano. La biografía de Herbert Lottman sobre Julio Verne nos muestra a una mente inquieta que supo adelantarse al tiempo e influir a generaciones enteras de artistas gracias a su poderosa imaginación. En No, no soy en absoluto un excéntrico, nos adentramos en la mente de uno de los mayores pianistas de la historia, Glenn Gould.
Libros sobre personas extraordinarias para recuperar la fe en el ser humano
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Lo leí hace unos meses, es de un autor nonagenario que ya fallecido, y me dio mucha pena enterarme de que había muerto. Me parece un libro precioso que es necesario leer.
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Habla, también en primera persona, se abre en canal, y explica cómo ha podido sobrevivir al racismo dentro de su propia familia. Toda la idiosincrasia del racismo. Pero explicado desde la más desgarradora naturalidad, y con mucho humor, me he reído, fundamental para mí cuando se hablan de grandes fisuras en la sociedad.
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Este libro, en una recopilación de entrevistas y escritos, sin duda le hará preguntarse a cualquier concertista qué es lo verdaderamente importante de la música, especialmente cuando éste vive el mundo del concierto al que Gould cerró la puerta por fidelidad a sí mismo, en un ejemplo de búsqueda y de coherencia. El libro desmonta el adjetivo “excéntrico”, adjudicado a Gould por el mero hecho de viajar con su silla, que le resultaba más cómoda que las que le proporcionaban las salas de conciertos, demasiado altas para él, o por lavarse las manos con agua caliente antes de tocar (evidentemente las tenía frías y así las calentaba) o por muchas otras cosas perfectamente lógicas. Salvando las distancias, cuando tengo las manos frías antes de tocar, las caliento con el secador de pelo, y al contrario que a Gould las sillas siempre me resultan demasiado bajas y suelo buscar una pequeña tarima que las suba, en otros casos he puesto una alfombra debajo de la banqueta para que no se oyeran los ruidos producidos por el tacón. Sin duda las manías existen, pero por encima de todo, no hay duda que Gould no buscaba el éxito, sino la autenticidad, y para llegar a una verdadera interpretación, estaba dispuesto a hacer lo que fuera. Si era necesario canturrear o enroscarse en sí mismo y sentarse casi en el suelo para encontrar el modo, lo hacía, o si tenía que buscar la soledad para encontrar aquello que perseguía, lo haría, con el más puro compromiso ético. Siempre interesante.
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