Libros sorprendentes que rompen nuestros esquemas

Se suele decir que todo está ya hecho y dicho, y también escrito. Después de milenios de representaciones artísticas de todo tipo, parece que los caminos ya están acabados, que ya no se puede crear algo que sea absolutamente original y que nuestra capacidad de sorpresa está agotada. Y, en gran parte, esta afirmación está fundamentada. La mayor parte de la literatura que llega a nuestras manos sigue, independientemente de su calidad y su valor, las líneas marcadas por años de tradición, especialmente si hablamos de géneros tan asentados como la novela o el relato corto. Sin embargo, de vez en cuando nos topamos con alguna obra que nos descoloca, que utiliza técnicas narrativas que se salen de la norma, que juega con nuestras expectativas o que emplea formatos más propios de otros géneros para escapar de lo establecido. Hoy hablamos de obras que rompen nuestros esquemas.
En la narrativa hay algunos precedentes ilustres de esa forma de jugar con el formato, de romper el relato lineal y de hacer estallar las convenciones del género. Tristam Shandy, con sus múltiples giros, variedad de registros y juegos, es un ejemplo claro. En otras ocasiones, lo que nos sorprende es que, en un momento determinado, el autor se salte las normas que todos conocemos, como cuando en Niebla Unamuno hace conversar al autor y al personaje. Más recientemente, distintos autores han intentado experimentar con la narración. En La flecha del tiempo, Martin Amis nos cuenta una historia al revés, comenzando por el final y acabando por el principio, y en La casa de hojas los formatos y la propia disposición de las grafías hacen que el relato se vaya descomponiendo.
En otras ocasiones, no es ni la línea temporal ni la estructura formal lo que hace que la obra se salga de los márgenes, sino que lo que sorprende es la mezcla de formatos o la adopción de estructuras ajenas. En La literatura nazi en América, Roberto Bolaño lleva a cabo una antología ficticia, creando una suerte de enciclopedia de autores con un hilo común. En Cáscara de nuez, Ian McEwan nos presenta a un narrador inédito: un nonato. William Burroughs toma en Manual revisado del boy scout la estructura de un manual para crear un artefacto subversivo. Y en el reciente Lectura fácil, Cristina Morales inserta en su obra fragmentos de fanzines.
Pero también existen otro tipo de obras, que siguen las estructuras clásicas y no introducen elementos ajenos, pero que también consiguen sorprender por lo que nos cuentan. En Fabulosas narraciones por historias, Antonio Orejudo nos presenta a una generación del 2 que dinamita la imagen oficial que tenemos de ella. Y en Orgullo y prejuicio y zombis lo que nos hace girar la cabeza es la interpretación de un clásico de la literatura en clave de relato de terror.
Libros sorprendentes que rompen nuestros esquemas
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Es una obviedad porque aparece en la cita que abre Noche y océano. Hay una idea que vertebra el libro, y es que todo está dicho y hecho ya, y todo está dicho y hecho por Sterne en en este libro fabulosísimo.
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La generación del 98 me marcó mucho en el colegio, particularmente Unamuno y Baroja, y han sido lecturas a las que he vuelto a menudo.
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La descripción de la Residencia de Estudiantes que realiza esta novela supera cualquier ensayo sobre esa época. La cerré y le di un aplauso.
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El horror arquitectónico de una casa que por fuera aparenta una cosa y por dentro es un portal del infierno no es nueva, pero Danielewski la lleva al extremo de la ambición, cruzándola con otras historias y obsesiones, y esa desmesura me fascinó. Supongo que en mi obsesión por las casas también juega Shirley Jackson, que las usa como protagonistas en casi todas sus novelas (El reloj de sol, Siempre hemos vivido en el castillo, The Haunting of Hill House).
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