Libros a los que volver toda la vida, recomendados por Andrés Trapiello
Hablamos con el autor leonés sobre 'Me piden que regrese', su última novela.

Cuenta Andrés Trapiello que Me piden que regrese es una novela que le ha costado gestar 30 años. También, que podría ser la última. Por ambas cosas, el escritor leonés ha querido que fuese una novela que, ambientada en el Madrid de posguerra, pudiera poner de acuerdo a todos los lectores, independientemente de su visión política. Una tarea nada sencilla, para la que ha optado por dos componentes clásicos: el amor y las aventuras. Inspirada en hechos reales sobre los que ya había escrito, pero siempre sin entrar en la ficción, Me piden que regrese es una historia de espías y tramas de poder en el Madrid de 1945, pero sobre todo una novela sobre el amor de dos personajes de procedencias muy distintas en un momento decisivo del siglo XX.
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El origen de Me piden que regrese, como decíamos, se remonta tres décadas atrás, y su origen se encuentra en uno de los lugares más queridos por Trapiello. “Yo había encontrado en la Cuesta de Moyano, que es el sitio de libros viejos de Madrid, un expediente policial de la seguridad del Estado, redactado por la Dirección General de Seguridad, es decir, por la policía secreta franquista”, relata. “Era un expediente muy bien conservado, con fotografías originales de los encausados, de los cuales siete habían acabado en el piquete, fusilados, y otro en el garrote vil. Había también en ese expediente originales de la prensa comunista, revistas, y una historia increíble de unos milicianos comunistas que asaltan una sede de Falange en Cuatro Caminos, asesinan a dos falangistas, y la policía franquista en muy poco tiempo los detiene, los tortura, los lleva a juicio y los ejecuta en dos meses”.
Esa historia encontrada por el azar inspiró dos libros en los que Trapiello investigó esos hechos. “Todo esto lo conté en un libro de 2001, que se llamaba La noche de los Cuatro Caminos y dejé prácticamente la historia bien terminada pero a falta de muchos flecos”, recuerda. “Entonces era imposible terminarlos porque los archivos del ejército de la región militar de Madrid y los archivos históricos no estaban digitalizados. Pero, con la irrupción de Internet y de lo digital, se digitalizaron prácticamente todos y me resultó muy fácil. Terminé la investigación y ahí encontré algunos otros datos muy importantes que me han servido a la novela, aunque, como digo, la novela empieza cuando termina la crónica”.

Ya entonces, parecía claro que era material para una novela. “Los amigos me decían que realmente todo esto daba para una novela, pero yo decía que no quería una novela de esto. Primero, yo quería dar a conocer un hecho que entonces pasó inadvertido, no sé muy bien por qué, y que fue el que cambió la política en España, la política franquista y la política del Partido Comunista. Me di cuenta que no podía hacer una novela porque primero había que contar la verdad, y que si yo contaba en el libro, como así era, que el Partido Comunista pagaba mil pesetas por asesinato, tenía que contarlo como un hecho real, no en una novela donde el lector podía pensar que era una exageración de novelista. Y si yo contaba que la policía contrataba a un boxeador para torturar, porque ya estaban cansados de dar golpes y necesitaban a un profesional, también quería que se supiera. Necesitaba tener del lector la seguridad de que el lector me iba a creer. Cuando termina la crónica, y yo ya he contado la verdad de todo esto, ya me sentí liberado. Entonces ahí sí ya pude contar, en este mismo escenario, una historia completamente de ficción, aunque el escenario es el mismo”.
Historia y novela
Al mismo tiempo que dar a conocer los hechos le permitía afrontarlos de nuevo desde la ficción, con Me piden que regrese Trapiello tenía otra aspiración. “He pensado durante muchos años en hacer una novela que represente a todos los lectores españoles, de un bando o de otro”, explica. “Porque en las novelas de esa época del franquismo y de la guerra, por lo que yo he visto, son novelas de parte. Novelas de gente que no ha podido separar su condición de sujeto a la de observador, y siguen siendo sujetos en la novela e imponer su experiencia o su verdad al lector. Y esto no puede ser. El autor ha de quedarse un paso por detrás de su relato y que sean los lectores los que decidan”.
Para lograrlo, dio forma a dos personajes que pudieran vivir en ese Madrid de posguerra con una visión menos marcada. “Era necesario hacer dos personajes que tuvieran una cierta distancia sobre la guerra civil. ¿Por qué? Porque la guerra civil fue un hecho tan traumático que marcó de una manera tan grave a todo el mundo. Necesitaba dos seres puros, entre comillas, que tuvieran una cierta distancia con el pasado reciente, que fue muy cruel. Para eso me hacía falta un Benjamin Smith, que era un español, que por tanto entiende muy bien lo que es España, pero lleva diez años fuera y no ha estado en la guerra civil. Y una protagonista, que es Sol Neville, que es una mujer joven, hija de un conde, pero que la guerra civil tampoco la ha pasado aquí, que la ha pasado en Biarritz y en San Sebastián. Pero los dos personajes han sufrido la guerra civil. Los dos son víctimas de la guerra, por muertes y por hechos dramáticos de su familia, por un lado. Y por otro lado, los dos también son víctimas de su propio bando. Es decir, que eran gentes complejas, no gentes blanco y negro”.
Afrontar esa época desde la novela es, para Trapiello, mucho más grato. “La historia, en principio, es divisiva. Es curioso cómo unos hechos que son objetivos, que son reales, pueden poner en desacuerdo a muchas gentes. Hay muchas gentes que ven la misma realidad de manera muy diferente”, apunta. “En cambio, la ficción no. La ficción le deja a uno a un lado su condición personal, sus ideologías, su sexo, su edad. No le importa más, porque él se ausenta de sí mismo y entra en esos personajes y asiste a ellos como un espectador más. No es un actor, como nos pasa en la realidad. Que la novela sea un territorio de acuerdo, de reconciliación, es muy importante. En ese sentido, las novelas que nos gustan, las novelas en las que hemos aprendido mucho, son las novelas en las que nos ponemos de acuerdo todo el mundo. Gente que no estaría de acuerdo en absolutamente nada de la vida común, ni en la política, ni en el deporte, ni en el amor, cuando se ponen a hablar de una novela a menudo se ponen muy de acuerdo, entienden que comparten eso”.
“La novela, en realidad, es una novela de amor y de aventuras, resumiéndola mucho”, añade. “No es una novela política, no es una novela de posguerra, no es una novela ideológica, no es una novela de tesis donde intento dilucidar quién tenía razón o quién no, quiénes eran los buenos o quiénes los malos. El lector, si tiene que juzgarlo, juzgará por sí mismo. Pero, al final, en lo que estarán de acuerdo es que la historia de amor es una historia de amor, como todas las historias de amor verdaderas, conmovedora. Y de eso es lo que se trata, de conmover y entretener, que por otro lado es una aspiración muy noble de la ficción”.
Libros a los que volver toda la vida, recomendados por Andrés Trapiello
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Me encantaría que la gente leyera el diario de Cansinos Assens, Madrid 1943. Es un diario de un literato madrileño, de una época muy parecida a la de mi novela, y un libro del que yo me he servido mucho, porque Cansinos da muchos detalles exactos de ese Madrid, que no es tan fácil descubrir. Cansinos tiene ese punto de verdad, no literaria, que es muy útil.
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Hemos estado hace poco, Fernando Savater y yo en Dinamarca, invitados por la embajadora, y hemos hecho un viaje muy bonito a Elsinor, que es teóricamente la patria de Hamlet. No es verdad, porque Shakespeare puso a Hamlet en Elsinor como lo hubiera podido poner en La Bañeza, pero al leer Hamlet de nuevo me he encontrado con una obra que es muy simple, que eso es lo milagroso de Shakespeare. Son obras que duran dos horas, y en esas dos horas levanta arquetipos que han sido universales. Hamlet, el joven, no solamente dubitativo, apesadumbrado por la tragedia de su madre, de su padre, sino sobre todo por el mandato de su padre, que es el de la venganza, tiene que vengar su muerte. Pero está lleno de humor, por otro lado, es una obra donde los sepultureros cantan.
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La última que he leído antes de ayer mismo, también para escribir un articulito en el periódico, y como estamos en fechas apropiadas, es el Tenorio de Zorrilla, que es sublime. No es Shakespeare, pero para un español está llena de resonancias maravillosas, porque es una obra escrita en 20 o 21 días por un joven de 25 años, con todos sus ripios, con todas sus informalidades, con todas sus inexperiencias, pero es una obra, por momentos, sublime.
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Unos libros que leo siempre, cada cierto tiempo, es Guerra y Paz. Otro que leo cada cierto tiempo es La cartuja de Parma, leo a trozos a Montaigne, cojo unas páginas, cojo otras. Y luego lo de los amigos, a los amigos les leo cada cierto tiempo también, media docena de amigos, no voy a decir sus nombres, todo el mundo lo sabe, no, porque los he escrito, pero seguramente alguno se me quedaría fuera y me molestaría un poco que viera la exclusión cuando no es así. Pero hay siete, ocho amigos a los que leo, no solamente lo que escriben cada día en los periódicos o en los libros que van publicando, sino que es muy necesario tenerlos, yo a los amigos les tengo tan cerca de mí como tengo a Homero, y algunos de ellos me son tan o más útiles que Leopardi, o que Juan Ramón, o que Machado, que Unamuno, que Baroja, porque me enseñan de mi tiempo lo mismo que me enseñan de otros tiempos los clásicos. Creo que eso, y ser fiel a esos amigos, es muy importante.