Novelas monumentales que crean mundos propios, recomendadas por Jeremías Gamboa
El autor peruano ha publicado 'El principio del mundo', una historia sobre educación, desclasamiento y la recuperación de la memoria familiar.
Cuenta en un momento de esta entrevista Jeremías Gamboa que, si hubiera sabido el tiempo que le iba a llevar escribir El principio del mundo, no habría empezado nunca. Puede ser una exageración, pero sirve para explicar el largo proceso, de una década, que le llevó al escritor peruano completar una de esas obras monumentales, por extensión y por alcance.
Partiendo de experiencias propias, un hombre que regresa a Perú tras hacer un máster en una prestigiosa universidad de EE UU, esta novela de casi mil páginas, destiladas de un manuscrito de más del doble, es muchas cosas: una novela sobre todo el siglo XX en su país, una defensa de la educación pública, la crónica de un desclasamiento y un homenaje a su familia, en especial a las mujeres, que lucharon por brindar a sus hijos una vida mejor. De todo ello hablamos con Gamboa, que nos dejó recomendaciones de otros libros monumentales que crean mundos propios.
Video: entrevista y libros recomendados de Jeremías Gamboa
El principio del mundo no iba a tener esta escala tan grande, explica Jeremías Gamboa, porque ni siquiera sabía que iba a ser una novela. “Los ficcionadores, sobre todo los que trabajamos con brújula y no con mapa, simplemente escribimos una frase sin tener idea de lo que estamos haciendo ni a dónde vamos a llegar. Uno empieza una frase y puede ser un cuento de 20 páginas o un libro que te tome 10 años”, cuenta. “En mi caso, yo venía de escribir una novela que se llama Contarlo todo y había pensado en una experiencia que tuve cuando volví de Boulder, Colorado, donde hice un master. Me encontré con una profesora que me enseñó a leer y a escribir, una magnífica profesora que desapareció de mi vida de un momento a otro, sumiéndome en un vacío y en una pérdida. Temas muy interesantes para la literatura, que va de muerte y de pérdida”.
Así, Gamboa comenzó un cuento de unas 80 páginas que, confiesa, no le dejó muy satisfecho. “De pronto apareció ese primer párrafo que es el de la novela: un hombre está mirando la oscuridad de Lima y las pocas luces tristes de la ciudad. No tenía ni idea de por qué, pero eso me hizo regresar a las primeras semanas en la casa de su madre; apareció la madre, su hermana que es profesora, y de pronto un amigo del colegio”, recuerda. “Lo que ocurre ahí es un efecto que en las novelas yo llamo de 'agujero negro'. Te planteas una premisa y esa premisa empieza a imantar una cantidad de historias que viviste o que viste vivir, de libros que leíste, todos llamados por esa premisa. Y esta premisa fue inmensa, un agujero negro total".
Una historia sobre el acceso a la educación
Ese reencuentro con la profesora de la infancia dispara en la novela uno de sus hilos principales, el del valor de la educación pública. “Yo ya sabía lo importante que era la educación en mi vida como un asunto constitutivo. Había estudiado en una escuela pública, había vivido el abandono de la escuela pública en el Perú y había visto naufragar a mis compañeros al salir, sin trabajo ni horizontes”, relata. “Me salvé ingresando a una universidad privada, donde viví un choque cultural bestial; sentí que estaba en Marte. Lo remonté, me gané una beca con muchos esfuerzos, terminé la carrera y entré a trabajar de periodista en el diario El Comercio. Esta parte periodística la había contado en mi novela anterior, pero la educativa quedaba como un remanente.
“Luego, cuando intenté ser escritor, renuncié a El Comercio y no funcionó”, prosigue. “Dije: ‘Voy a irme a Estados Unidos a ser un académico’. Era el Estados Unidos del que sería presidente Obama, un país que ofrecía una burbuja académica extraordinaria, campuses con ardillas, una biblioteca inmensa. Me fui con esa idea, que no era del todo errada, salvo que lo pasas más solo que la una, y que el mundo académico te vuelve un buen estudioso de la literatura, pero no un escritor. Yo había ido para eso, para ser académico, y de pronto escribo mi primer libro de cuentos. De manera que había vivido la escuela pública peruana, la universidad de calidad latinoamericana y el mundo académico norteamericano. Había vivido muchas cosas. Y cuando escribo ese primer libro de cuentos, regreso al Perú para ser escritor. Mi personaje no; él regresa porque algo colapsó en su vida y vuelve tristemente a su barrio. Entonces podía contarlo todo: mi escuela primaria, mi escuela secundaria, el personaje que regresa del fracaso de la educación de primer nivel norteamericano”.
Pero la educación es solo uno de los temas de El principio del mundo, una de esas novelas que se ramifica en varios puntos. “Al quinto año de trabajo, cuando mi personaje está hablando con su profesora, ella le dice algo sobre la madre que me obligó a trabajar tres años más, investigando la historia de mi propia madre, yendo al pueblo de Ayacucho, porque descubrí que mi madre había viajado de Ayacucho a Lima cuando era una campesina analfabeta que se quería educar. Con lo cual, la historia de la educación era transversal a toda mi vida, desde que esa niña de 17 años, ayacuchana, acompañada de ovejas, se le ocurrió la idea extraordinaria de viajar a Lima para alfabetizarse, para tener una educación. Por supuesto, esa niña luego se convirtió en la mujer dolorida de un barrio obrero que a mí me decía: "No digas nada sobre nuestro origen, sé alguien, edúcate". Y creo que la primera palabra que me dijo fue: 'universidad, universidad, universidad".
Crónica del desclasamiento
Manuel Flores Amaro, el protagonista de El principio del mundo, suigió como Gamboa ese mandato materno, hasta llegado un punto. “Está a punto de postular a un doctorado en una universidad como UCLA o Princeton, pero la novela es tan extensa porque él ha dicho "no", y ahí empieza. La novela es de los rebeldes y de los desobedientes. Cuando él regresa a Lima, tiene que hacerse cargo de todo el pasado y reconstruir toda la historia de la educación. A Manuel, mi protagonista, le ocurre algo bastante paralelo a lo que me ocurrió a mí. Mi historia de desplazamiento educativo, desde la escuelita pública hasta la universidad norteamericana, es una historia de éxito, pero la literatura no se hace cargo de las historias de éxito, sino de las fracturas y problemas en las conciencias y en las psiques de los personajes. Así que la novela se ha hecho cargo de todos los problemas psíquicos, mentales, de personalidad y existenciales que yo viví”.
El mandato que yo recibí fue: "Sé alguien, no seas como nosotros". Con lo cual, mis padres eran nadie
Amaro, como Gamboa, recibió un mandato. “El mandato que yo recibí fue: "Sé alguien, no seas como nosotros". Con lo cual, mis padres eran nadie. Eso es absolutamente doloroso, y yo lo viví así. Entonces, Manuel Flores regresa a hacerse cargo de esos asuntos psíquicos porque, en el mandato de la madre, la impronta indígena no sirve para tus hijos. Los mancha. Lo van a humillar, los van a maltratar. Mientras menos señas indígenas tengan, va a ser mejor. Entonces, de ese lugar que es la mutilación, la cercenación de una zona de ti, es que se hace cargo Manuel Flores”, concluye.
Libros recomendados de Jeremías Gamboa
-
Ya que tengo esta oportunidad y estamos hablando de novelas largas, voy a improvisar cuatro recomendaciones. Una es una novela que no se ha editado en España, pero hay sistemas que te permiten acceder. Es de un personaje increíble peruano que se llama Miguel Gutiérrez, que escribió desde los 40 hasta los 50 años —casi el mismo tiempo que yo— una novela inmensa que se llama La violencia del tiempo. Narra la saga de una familia, los Villar, totalmente tocada por los males del incesto, la depredación y las violaciones. Es un Cien años de soledad gótico, extraordinario. Gutiérrez es un autor que no ha sido publicado fuera del Perú, pero que todos admiramos; tiene la potencia, el caudal, el léxico de Vargas Llosa. Es faulkneriano absolutamente, tolstoiano completamente. Esa novela, publicada en Alfaguara Perú, estoy seguro de que en algún momento dará el salto internacional. Son 1200 páginas escritas durante los años 80 en el Perú, mientras Sendero Luminoso asolaba el país —él además pierde a un hijastro y a su esposa durante el conflicto, y no dejó de escribir—. La violencia del tiempo me parece fundamental.
-
Acabo de releer Conversación en la catedral —por eso la puedo recomendar—, son 700 páginas y es un gran retrato peruano. Me parece que esas son las dos grandes novelas más recientes sobre la sociedad peruana: Conversación... y La violencia del tiempo. ¿Qué puedo decir de Conversación...? Creo que es una novela constitutiva y central para la mía. Mi novela, que se basa en conversaciones, obviamente ha respondido a la memoria que tengo de Conversación en La Catedral. Conversación... es una novela que habla de las cosas que han hecho los hombres en el Perú: la corrupción, el poder, el golpe de Estado; los hombres deciden. En ese sentido, mi novela es la respuesta femenina a Conversación en la catedral, porque es lo que hacen las mujeres ante los asuntos del país: las que cuidan, protegen. Me parece que esa es otra recomendación de novela extensa que para mí ha sido importante.
-
No puedo dejar pasar 2666 de Roberto Bolaño. Es una novela que para mí fue importante leer mientras escribía la mía. ¿Qué hizo este loco? ¿Cómo pudo meterse en esto? Son cinco novelas en una, cada una tiene su preferida, pero hay algo bien interesante, porque Bolaño lo que hace en esa novela es proponer una metáfora del mundo, es una estrella cancerígena el mundo, cuyo centro está en Ciudad Juárez, que él llama Santa Teresa, donde se cometen los actos más bestiales, que es matar mujeres porque sí. Pero los cinco libros que componen 2666 tienen una luz siempre, eso para mí fue fundamental. Bolaño nunca deja de poner el ojo en la luz, consciente de la oscuridad. Esa es un poco la imagen con la que arranca mi libro.
-
Ya que estamos en la oscuridad y las pequeñas luces, voy a recomendar nuestra parte de noche de Mariana Enriquez. Una novela extensa, gótica. Un padre y un hijo que se aman, en la monstruosidad, que son ambos. Hay ritos satánicos, hay desaparecidos. Diría que esa novela ha crecido al amparo de 2666 y otras influencias que tiene Enriquez. Sin duda King, sin duda Sábato, sin duda Donoso. Pero lo que plantea ella es un universo oscuro y, sin embargo, en la gran metáfora de la novela, que es incluso una explicación física sobre la oscuridad, hay siempre puntos de luz. Creo que el amor entre ese padre y ese hijo, que sostiene como una espina dorsal leve de la novela, permite que la novela sea una novela. Las novelas en las que solo hay mal y solo hay bien no me gustan, pero esta novela me parece una novela llena de afecto, y que se hace cargo de cosas muy oscuras.
..