Rodrigo Cortés y los libros que crean su propio mundo
El cineasta y escritor publica 'La piedra blanda', trabajo que le une al artista Tomás Hijo.

La piedra blanda es una obra atípica incluso para alguien con una trayectoria literaria tan poco habitual como Rodrigo Cortés. En esta nueva obra, el cineasta y escritor se alía con el artista Tomás Hijo, especialista en grabado, para dar forma a una obra que no es cómic ni novela gráfica, aunque compartan algunos códigos, ni tampoco es una novela ilustrada. Los textos de Cortés se complementan con las imágenes de Hijo en sus grabados en linóleo, una técnica ancestral que encaja en una obra que nos habla de un personaje que parece no tener sentimientos, Pedro de Poco, que nace en un mundo que nos parece medieval en el que todo es posible. Hablamos con Cortés de este nuevo trabajo y nos recomienda libros que crean su propio mundo.
Video: entrevista y libros recomendados de Rodrigo Cortés

Cuenta Rodrigo Cortés que La piedra blanda nació de las ganas de trabajar junto a Tomás Hijo. “Nace nuestra amistad de muchos años, pero también desde nuestra mutua admiración. Me gusta muchísimo desde hace mucho tiempo lo que hace Tomás, que además ha desarrollado una técnica muy particular que es prácticamente medieval”, ecplica. “En una charla en una isla del Tormes, precisamente, una isla fluvial que él llama la isla de los pájaros, o a veces la isla de los árboles, simplemente nos conjuramos. Esa fue la semilla. Después me senté a escribir con la misma libertad que trato de darme siempre, en el sentido de que abrazo las ideas o las imágenes que surgen con la mayor deportividad posible y empiezo a moldearlas, sin tenerlo muy claro de antemano. Y ahí nació ese personaje, Pedro de Poco, que encontró su nombre precisamente cuando encontró su título”.

Ese personaje, hierático hasta lo inexplicable, que se presta tanto a la incomprensión como al humor, depende de quien lo mire, es el resultado de una querencia de Cortés. “Siento cierta desconfianza ante los personajes regalones, en el sentido de que traten ganarse el cariño del lector con recursos simples. Y por algún motivo siento atracción por los personajes que no lo ponen demasiado fácil, que no se hacen querer, que no hacen esfuerzo por ser queridos, y que aún así se ganan el afecto”; explica. “El personaje de Pedro de Poco no lo pone fácil porque él mismo es esa piedra blanda, ese personaje Pétreo, aparentemente inaccesible, pero en quien sentimos un interno palpitar, hay algo que late en su interior. No expresa las emociones, lo cual no significa necesariamente que no las sienta. No ríe, es cierto. Es cierto también que no llora. También lo es que no se queja. De alguna manera, las cosas le suceden y, sin embargo, sentimos que hay mucho dentro de él. Que hay amor, que hay dolor. Claro, esto al final hace que sea una especie de espejo del lector, porque el lector proyecta sus propias emociones en quien no las expresa, y eso permite que el libro sea tantos como lectores lo crucen”.
Un mundo propio
Las desventuras de Pedro de Poco se suceden en un mundo que nos parece medieval, pero que en ningún momento se sitúa en el tiempo, y en el que todo parece ser posible. “La idea de que todo transcurriera en este ,undo medievalizante pero indeterminado, y enormemente flexible, sin reglas, tiene mucho que ver con el hecho De que todo fuera a acabar en la gubia de Tomás, porque yo siento a Tomás como una especie de monje o de artesano medieval que usa esa herramienta tan primaria que hiere la materia para conseguir finalmente una estampación en la que todo es sí o no”, relata Cortés. “Es un universo que a cambio, te limita mucho con las perspectivas, con los tonos. No hay colores, no hay gradaciones, así que todo tiene que tener una seguridad máxima y muy primitiva, en el mejor aspecto. De alguna manera, da la sensación de que la obra emerge de su propio tiempo, como si la hubiera tallado alguien que viviera en ese tiempo y nuestro libro viniera del pasado. Efectivamente ambos buscamos esa flexibilidad de no ubicarnos en un lugar concreto”.
“Estamos en ese lugar que nos parece una especie de Edad Media, en la que sin embargo caben las boinas, y desde luego caben las Sirenas, y en la que sentimos que todo es posible”, continúa. “Y a la vez no hay una percepción de arbitrariedad. Es decir, cuando nuestro personaje nace a la segunda, de alguna manera inconsciente o intuitiva sentimos que se puede nacer a la segunda, o que se puede nacer dos veces, sin que haya una voluntad alegórica detrás”.
Ese mundo tan personal es también el fruto de la libertad que Cortés se permite en sus obras, y que resulta indispensable para él. “Para mí, por algún motivo es importante huir del sobreanálisis, conseguir que las obras sobrevivan al análisis, y probablemente tenga que ver con que soy analítico y racional”, señala. “A la vez, hay una parte de mí que abraza precisamente el origen irracional de determinadas ideas, porque resulta elocuente y porque está conectado contigo. Porque surge probablemente de tu comprensión del mundo. No es que aparezcan ideas por escritura automática, sino que emergen cosas que no están domesticadas. Cuando eliges una idea y no otra y la conectas con un suceso y no con otro, no significa que sea arbitrario. Significa que si te parece que funciona es porque probablemente funciona por muchas razones. Que no sepas lo que vas a hacer no significa que no sepas lo que estás haciendo. Simplemente no sobreanalizas, precisamente para no adocenarlo o para no matarlo”.
En el caso de La piedra blanda, continúa Cortés, esa intención de no analizar es especial. “Todo es un camino de ida y vuelta con Tomás. Cualquiera que haya leído mi obra reconoce La piedra blanda como un paso natural y perfectamente reconocible en ella, pero cualquiera que conozca la obra de Tomás también la reconoce como perfectamente coherente dentro de su mundo interior. Es una obra absolutamente a cuatro manos”.
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Recomiendo muchas veces El mar, el mar de Iris Murdoch. Hoy voy a recomendar El príncipe negro, que es una obra no sé si tan relevante y multitentacular, pero está muy cerca. Además hay una ausencia de solemnidad en la que uno no sabe ei está ante un sainete, ante una novela semidetectivesca inglesa o ante alta literatura, que es finalmente lo que es de una forma muy difícil de describir pero muy fácil de percibir. Es una delicia en todos los sentidos y muy pocas veces se puede uno adentrar en mundos tan bien definidos.
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Un autor semiolvidado ahora aunque tuvo un gran éxito. No es un autor maldito en absoluto. Hizo una novela muy apasionante tanto como truquera en muchos sentidos, El mago. Fowles fue un autor muy conocido incluso adaptado al cine. La torre de Ébano es una colección de relatos que funcionan casi como variaciones, al modo de las variaciones musicales de temas recurrentes en su obra. Uno casi puede reconocer trazas de algunas de sus novelas en cuentos que toman determinadas semillas, pero las llevan en otra dirección Considero que Fowles es un autor superdotado, más allá de la popularidad que tuvo en su momento. Llena cada frase de atención al detalle, de conocimiento del mundo.
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No voy a correr el riesgo de ser original recomendando Pedro Páramo, pero Siempre que se Habla de García Márquez, o se habla del famoso y sobregastado realismo mágico, se acude por razones naturales a Cien años de soledad, se olvida por alguna razón a Cunqueiro, cuando el propio Márquez decía que el realismo mágico si nació en algún lugar sería en Galicia, pero hay algo hay algo anterior a Márquez que es Pedro Páramo. Juan Rulfo resulta indefinible. Si tiene un poder Pedro Páramo para mí por encima de cualquier otro es que obliga a escribir. Es un enorme estimulante de plumas. Es una novela que es inanalizable. Su experimentalismo fragmentario, su prosa libre de todo ornato es de una belleza casi Intimidante.
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Su título completo creo que era Tres hombres y una barca y, entre paréntesis, por no mencionar al perro. Es una novela divertidísima, con esa finura del humor inglés de finales del siglo XIX, pero que parece modernísima. Está conectada incluso con las series inglesas, cuando descubrimos aquello que llamábamos humor inglés que no sabíamos muy bien qué era. Era algo entre la sorna, la ironía, la deportividad con la que se toma el dolor o las cosas que no salen bien, esa cosa flemática. Resulta genuinamente divertida y que sea genuinamente divertida casi siglo y medio después es sorprendente.