Diez autores clásicos que autoeditaron sus libros

Hoy en día, la autoedición es una realidad palpable. Autores de todo el mundo deciden invertir su dinero para que sus obras lleguen a los lectores sin el respaldo de una editorial detrás. El libro digital, la venta online y las distintas herramientas de autopublicación hacen que publicar un libro ya no dependa del criterio de un editor. Y, si bien esa labor sigue siendo importante, ha habido ocasiones en la historia de la literatura que demuestran que determinados responsables de una editorial no tuvieron el olfato a punto para detectar que, detrás de esas obras que rechazaron, se ocultaban grandes talentos literarios. Hoy repasamos algunas de esas grandes obras que, por falta de apoyo, sus propios autores acabaron poniendo en circulación.
En algunas ocasiones, la osadía de algunos autores les granjeó problemas para encontrar una editorial dispuesta a enfrentarse a un posible fracaso empresarial. Después de publicar una primera colección de poemas que recibió duras críticas, Lord Byron no pudo encontrar a nadie dispuesto a editar su obra, así que él mismo mandó a imprimir un segundo libro que también distribuyó en varias librerías de Londres. El resultado fue un éxito que le aseguró no solo no tener problemas para encontrar quien pusiese sus libros a la venta, sino el comienzo de su leyenda. Ahora resulta complicado pensar que obras como Sentido y sensibilidad y Emma, ambas de Jane Austen, no encontrasen una editorial dispuesta a publicarla, pero la autora tuvo que pagar sus primeras ediciones tras encontrarse solo con negativas.
También sucede que la obra de determinados autores es demasiado audaz, o rompe con los esquemas de un determinado periodo, por lo que los editores del momento rechazaban asumir riesgos. Le sucedió a Marcel Proust, que autoeditó el primer volumen de En busca del tiempo perdido. El Ulises de James Joyce es otra de esas obras básicas del siglo XX y una de las más famosas de la historia de la literatura pero, si bien ahora muchos lectores no conectan con ella, en su día tampoco pudo encontrar una editorial dispuesta a distribuir su obra, tarea que acabó haciendo él mismo. Sobra decir que ambas han sido publicadas desde entonces en todo el mundo y en miles de ediciones distintas.
Los poetas tampoco se han librado de la falta de visión o de valor de algunos editores. Walt Withman autopublicó a lo largo de su vida muchas de las distintas ediciones de esa obra en constante movimiento que era Hojas de hierba. Ezra Pound también recurrió a esta técnica para que su primera colección de poemas, A Lume Spento, pudiese llegar a las librerías. Y Ernest Hemingway pagó de su bolsillo las 300 copias originales de Tres relatos y diez poemas, su primer libro.
En otras ocasiones, ha habido autores que decidieron mantener el control sobre su obra y no depender de otros a la hora de publicarla. Por esa razón, Virginia Woolf creó Hogarth Press junto a su marido Leonard, editorial en la que se publicó originalmente Al faro y en la que también vieron la luz obras como La tierra baldía, de T. S. Eliot. Antes, Charles Dickens ya había iniciado ese camino cuando, decepcionado con las ventas de sus libros, decidió pagar él mismo la impresión de obras como Cuento de navidad.
El camino al éxito también ha estado plagado de obstáculos para algunos de los autores más vendedores de la actualidad. Es conocido que Stephen King autopublicó muchas de sus historias, algunas cuando era un adolescente, y toda una Margaret Atwood imprimió ella misma las 220 copias de Doble perséfone, una colección de poemas, en 1961.
Diez autores clásicos que autoeditaron sus libros
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La literatura inglesa ha tratado mucho el tema del dinero. Sentido y sensibilidad me parece la peor novela de Jane Austen, pero aún así es muy buena. Austen empieza con un matrimonio que tiene unas sobrinas a las que les toca un poco de herencia, y en el primer capítulo se van concienciado, eufóricos y pensando que lo están haciendo bien, de desheredar a las pobres sobrinas.
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El Ulises de Joyce me creó muchos problemas porque me provocó una irritación muy estimulante sobre el discurso narrativo e incluso escribí varias versiones de un mismo capítulo a modo de experimentación.
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He vuelto a leerlo hace poco. Es un registro casi opuesto al anterior. La poesía llegó a mí más tarde que la prosa y la novela. En general, me ha costado que no fuera un impedimento todo el artificio de la poesía para disfrutarla. En ese sentido, me han interesado los poetas populares, los que son directos y crudos. Whitman responde a eso. Es alguien capaz de narrar el alma humana y que tiene un espíritu abierto. Capaz de hablar del universo y de su sexualidad y de América, con un amplio humanismo y con mucho talento. Para mí es un referente. Lo interesante de esto es sentir que los buenos poetas y escritores están al servicio de lo mismo y que, en el fondo, aspiran a lo mismo. Hay quien está más en la queja y en la llamada de atención para que las cosas cambien. Y hay quien está intentándolo enunciar en positivo. De ahí el cambio de registro que acabo de hacer.
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Yo empecé leyendo terror, sobre todo a Poe. Es un género que me encanta, y Poe ahí siempre ha sido un maestro, que además me llevó a otras cosas que me empezaron a gustar.
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Elijo Al faro, porque me enseña cómo podemos narrar nuestras vidas y cuestionarlas al mismo tiempo.
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