Libros para perderse en la noche, por Eduardo de los Santos

Madrid, una noche especialmente solitaria, un personaje que busca lo que no puede encontrar y el influjo de dos artes crepusculares como la poesía y el jazz. Los elementos que articulan a Yas, la novela de debut de Eduardo de los Santos (Madrid, 1992). Elementos que, como su propio autor admite, no parecen a primera vista característicos de una ópera prima, pero que tienen mucho más que ver con su generación de lo que parece. “El libro está escrito desde la nostalgia, no solo por cosas que ya no existen, sino también desde la nostalgia de lo no vivido”, explica de los Santos. “Mi generación ha tenido más tiempo y un mayor espacio para pensar qué hacíamos y qué no hacíamos. A mí, por ejemplo, me lo han puesto fácil siempre, pero generaciones anteriores no han tenido el lujo de poder pensarse tanto por las decisiones que tomaban”.

Manu, el protagonista de Yas, deambula por Madrid durante una única noche, atormentado por el recuerdo de Tania, una prodigiosa trompetista que se marchó de su lado para comenzar una carrera musical en EE UU antes de desaparecer de la faz de la tierra. En su periplo nocturno aparecen el editor de la revista para la que colabora, un poeta argentino y, en la lejanía, Irene, la novia que lo espera en casa. “Manu se define por las cosas que no ha hecho, por las decisiones que no ha tomado”, cuenta De los Santos, “mientras que hay otros personajes, como Irene, que es su reverso: se define por lo que quiere llegar a ser”.
La poesía y, obviamente, el jazz, son los elementos que dotan a su novela de una atmósfera particular, entre nostálgica y oscura. “Son artes crepusculares”, admite el novelista. “Yo empecé escribiendo poesía, y mis mejores amigos en la literatura escriben poesía, y ambas son artes que me parecen muy difíciles y son muy poderosas. No es lo mismo una mala novela que un mal poema, me parece muy complicado hacer buena poesía y buena música, pero cuando lo consigues eso siempre se nota. O funcionan o no funcionan”.
La musicalidad del jazz es el otro elemento que dota a la novela de un aire propio. “El tono era lo que tenía más claro, me parecía que la manera de conectar con la musicalidad del jazz era a través de la atmósfera. Eso era lo que más me importaba. Hasta entonces había escrito casi solo cuento, y en el cuento la atmósfera es muy importante. Quería enlazar con la música jazz y la poesía crepuscular, y lo hice a través del imaginario de la noche, de la película negra. Después los personajes fueron cobrando importancia, pero la música debía estar en la atmósfera”.
De fondo, vemos un Madrid solitario, casi fantasmal, descrito como “una ciudad de un millón de cadáveres”. “Me sirve para escenificar todo eso y meter al lector en ese estado de ánimo”, relata de los Santos. “También funciona, y eso lo he visto a posteriori, como metáfora generacional. En mis años de formación Madrid se caracterizó por estar a rebosar en las vías públicas: fue el 15-M, la universidad en la calle... Ahora, pasado un tiempo, quizás me siento más identificado con el Madrid nocturno y solitario”.
Para acompañar a la lectura de Yas, de los Santos también nos habló de algunos de los libros que le influyeron durante su proceso de escritura.
Libros para perderse en la noche, por Eduardo de los Santos
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Fue uno de los libros determinantes a la hora de escribir esta novela.
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Otra de las influencias de la novela, junto a Los detectives salvajes.
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Lo leí mucho mientras escribía la novela, tiene eso que también tiene Bolaño de personajes muy complejos e historias muy profundas.
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Cuando la broma y el juego dejan de serlo entra en escena la ecuatoriana Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988), quizá una de las mejores narradoras de los últimos años. Su anterior novela publicada en España, Nefando, horadaba en el asunto de la pornografía y el sexo cuando este deja de ser mero placer y se convierte en pura violencia. En la nueva, Mandíbula (título de una sola palabra, como una bofetada) aborda las relaciones femeninas cuando entra lo tóxico, la venganza y el dolor. La premisa es una chica secuestrada por una de las profesoras de su instituto. No es una maestra cualquiera: había sufrido bullying por parte de varias alumnas, entre ellas la secuestrada, una niña bien, pija, hipster oscura. Ojeda va trazando la situación de angustia, y a la vez la relación entre todas esas mujeres, la que se establece entre las amigas de la adolescencia cuando se deja de jugar a la comba y donde el sexo y el deseo también juegan un papel prominente. A medias entre lo terrorífico y lo sórdido. Y, sobre todo, lo femenino alejado de cualquier cuento de hadas.
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