Sergio del Molino sobre ‘Los alemanes’, el Premio Alfaguara y los libros que hurgan en el pasado
Hablamos con el escritor sobre la novela con el que ha ganado el Premio Alfaguara.

Es una de esas extrañas carambolas del destino. En Zaragoza, a comienzos del siglo XX, recaló una colonia de alemanes que salieron desde Camerún con el final de la II Guerra Mundial. Una comunidad que se asentó y prosperó, y que fue la chispa que encendió Los alemanes, la novela con la que Sergio del Molino ha conseguido el último Premio Alfaguara de novela. Una historia sobre el legado, la desubicación y todo lo que nos conforma, aunque no queramos. Con él hablamos sobre esta novela y nos recomienda otros libros sobre la memoria y el pasado.
Video: entrevista con Sergio del Molino

Cuenta Sergio del Molino que a él siempre le han llamado la atención “las historias de gente fuera de su sitio, fuera de contexto”. En este caso, en su ciudad encontró una que “lo tiene todo”. “Para mí lo tenía todo porque además sigue siendo bastante desconocida. Ahora es verdad que con la novela está en boca de mucha gente, pero hasta ahora era un episodio conocido por muy poquitos historiadores y apenas relevante”, explica. “Además habla del desarraigo sin necesidad de hablar de innovación económica ni de exilio. Son unos desplazados muy raros, porque son colonos imperialistas del imperio fallido de Bismarck del siglo XIX que cae en la Primera Guerra Mundial, y acaban en España por carambolas del destino. Acaban instalándose en España en tres ciudades. Fundamentalmente en Zaragoza, también en Alcalá de Henares y en Pamplona".
Esa forma de estar fuera de lugar en tantísimos niveles y en tantísimos espacios tenía muchísimo juego literario
Estos alemanes, explica, "ni son exiliados, aunque parece que son exiliados, ni son emigrantes, aunque parece que son emigrantes. Tienen en común la carcasa, pero el alma es distinta. En un momento de la novela digo que pertenecen a un ejército derrotados, pero no son víctimas. Al revés, son parte de los dominadores. Esa contradicción, esa forma de estar fuera de lugar en tantísimos niveles y en tantísimos espacios geográficos y sociales, me parece que tenía muchísimo juego literario”.

Los descendientes de esa primera generación de desplazados son Fede y Eva, que se reencuentran en el funeral de su hermano Gabi, un músico de rock gay que se rebeló contra la tradición familiar. “Un tópico que los escritores decimos en las entrevistas es que los personajes se adueñan del texto y te llevan por caminos imprevistos. El caso de Gabi es un poco eso”, confiesa Del Molino. “Yo a Gabi lo concibo de una forma completamente instrumental y como punto de arranque, con su muerte como punto de arranque de la novela y que permite a la acción y permite que los dos hermanos menores, Eva y Fede, puedan reencontrarse y confrontar sus historias a partir de su recuerdo".
Así, prosigue, "la historia de Gabi, el fantasma de Gabi, se apropia del discurso y veo que es muy importante y que tiene una fuerza, tenía mucho poder para confrontar la tradición y el peso del legado de la familia, porque lo cuestiona radicalmente. Y entonces me entrego a él. Le voy dando mucho más protagonismo y lo convierto en una especie de fantasma de Rebeca, como la Rebeca de la película de Hitchcock, que no está nunca pero está presente por todas partes. Gabi es un poco esa Rebeca y es un poco también el horizonte que confronta la moralidad de todos y que les pone a todos delante de un espejo”.
Pasado y nazismo
Los alemanes, entre otras cosas, habla sobre el peso del pasado y de cómo nos conforma. “Me interesa ese dilema, sobre todo, y el dilema, por definición, es irresoluble”, apunta Del Molino. “Cualquier decisión que tomes y cualquier planteamiento que tengas ante él siempre va a ser erróneo, equivocado. No vas a acertar nunca con un dilema porque es un callejón sin salida siempre. Creo que la narrativa, la ficción, se construye siempre mediante paradojas y mediante dilemas, y siempre nos lleva a esos lugares que no tienen una solución fácil, o no tienen ni siquiera una solución. El pasado es algo que nos conforma, es algo que no es solo el lugar del que venimos, los antecedentes. Mucha gente, cuando escribe sus memorias, empieza contando la historia de sus padres y a veces incluso de sus abuelos, como una especie de prólogo. Pero ese prólogo forma parte de nuestra vida también, lo incorporamos a ella, tiene mucho que ver con nosotros y, aunque nuestra vida se haya construido de espaldas a ello, incluso por oposición muchas veces, siempre llega un remanso al final en el mundo adulto en el cual nos reconocemos a la vuelta del camino. Ante eso solo cabe resignarse, ser consciente de que no podemos ser tan ingenuos como para eludirlo. El pasado siempre va a estar ahí, siempre nos va a conformar, siempre nos va a condicionar, como nos condicionan otras cosas. El pasado nos condiciona como el país en el que vivimos, como el paisaje, como la clase social en la que crecemos, como muchísimas otras cosas”.
Me parecía muy raro escribir una novela sobre alemanes en el siglo XX y que no apareciera el nazismo como un elemento distorsionador
Sobre esos alemanes, como no podía ser de otra manera durante el siglo XX, también se cierne la sombra del nazismo. “Tú metes nazis en una ficción histórica y siempre funciona, pero no solo por el tópico”, concede el autor. “Evidentemente, hay una banalización y un recurrir a los nazis como epítome del mal, que es uno de los rasgos de la narrativa y del cine contemporáneo desde hace mucho tiempo. Pero creo que hay una razón de ser, creo que la atracción es válida porque Auschwitz y el nazismo todavía representan la imagen del mal, la sucursal del infierno en la tierra, que es una frase que acuñó Joseph Roth. Creo que todavía sigue siéndolo, todavía sigue teniendo ese poder mitológico, entonces tiene un potencial evocador impresionante. Aunque están de forma tangencial, de fondo, es verdad que a mí me parecía muy raro escribir una novela sobre alemanes en el siglo XX y que no apareciera el nazismo como un elemento distorsionador, perturbador, como algo que marca radicalmente las vidas de mucha gente, incluso generaciones después de que aquello sucediera”.
Una novela de premio
Pese a que Los alemanes difiera en la forma a otros libros de del Molino, como La piel o Un tal González, hay muchos elementos reconocibles en ella. “Yo tenía claro que quería escribir algo que se percibiera más en términos de novela convencional, sea lo que sea eso, pero creo que se está asentando la idea de que esto es un punto de ruptura en mi producción y yo no lo percibo así”, apunta. “Creo que lo que distingue este libro de otros míos anteriores es que, para empezar, no hay un yo de autoficción evidente, que no aparece como narrador por ningún lado y es todo ficción. Tiene que ver con que he ocultado la tramoya. Creo que lo que distingue este libro de otros es que la cuarta pared está plenamente dibujada y en el resto de mis libros siempre he jugado con una escenografía mucho más de batalla, donde la propia construcción de la obra formaba parte de la narración. Aquí esto lo he eludido, lo he metido por detrás. Pero eso creo que es lo único que he transformado con respecto a otros libros, porque las digresiones, la parte ensayística, el intento de abordar varios géneros en uno, eso está. La hibridización está, las múltiples voces, el uso de la primera persona, aunque no sean mis primeras personas, están por todos lados. Creo que mis lectores van a reconocer buena parte de mis obsesiones y de mis recursos y de mi forma de abordar la narrativa”.
Eso sí, cuenta que el jurado del Premio Alfaguara no reconoció su estilo al leer la novela. “Algunos son lectores míos y han leído libros míos y no me reconocieron. El único que acertó, según me contó luego, fue Millás. Y acertó porque le llamó mucho la atención de los alemanes del Camerún, no por el estilo, sino porque le llamó y empezó a buscar por Google, y entonces ya le salió mi nombre”.
Sergio del Molino sobre ‘Los alemanes’, el Premio Alfaguara y los libros que hurgan en el pasado
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Empiezo recomendando un amigo. Un amigo que se llama Miguel Ángel de Hernández, que es amigo murciano y es escritor maravilloso y además crítico de arte, y mezcla las dos cosas siempre en sus novelas. Acaba de sacar el último de sus diarios de escritura, que es un género suyo, cuando está escribiendo una novela va haciendo el diario de lo que le va pasando. Y este es el último, Tiempo por venir, donde cuenta el proceso de creación de Anoxia, su última novela en anagrama. A mí me parece como diarista es maravilloso, es un tipo portentoso, muy divertido.
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Un ensayo reciente, recién publicado por Siruela, que se llama La guerra y la música, de John Mauceri, que es un director de orquesta. Últimamente estoy leyendo mucho libros sobre música, además libros escritos por músicos. Los músicos escriben mucho, es una cosa alucinante. No ves a tantos pintores que escriban sobre pintura, pero los músicos tienen una vertiente intelectual y escriben mucho sobre música y generalmente escriben muy bien. Este es un libro de cómo afecta las guerras del siglo XX, cómo transformaron la música y la relación entre la violencia y la música, e intenta desentrañar el misterio de por qué la música contemporánea no existe. Estamos escuchando siempre en los auditorios un repertorio del siglo XIX y XVIII, pero la música del siglo XX desapareció y tiene una hipótesis muy interesante que tiene que ver con la guerra.
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Relacionado con mi novela Los alemanes, es un libro que acabo de leer, El castillo de los escritores, de Uwe Neumahr, que es un ensayo, más de divulgación que de investigación, sobre el campo de prensa que se montó en Nuremberg, cerca de Nuremberg, durante los juicios, al que fueron los principales periodistas. Los principales escritores del mundo estuvieron allí, fue Hemingway, fue Dos Pasos, fueron todos los grandes para cubrir los juicios de Nuremberg y como ahí se armó una especie de comuna totalmente de alcohólicos y desquiciados. Cuenta la historia de todas las figuras que se fueron cruzando con los juicios del nazismo. Es un libro que me parece muy interesante porque da muchas pistas, me lleva a otros libros, después de ver este me he comprado otros cuatro, entonces esos libros siempre me gustan mucho.
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Es un librazo, es el mejor libro de Leila. A Leila le he leído todo, además con mucha atención y con mucho gusto siempre, y creo que es su mejor obra. Es la indagación, a través de muchísimas entrevistas de la primera víctima que consiguió condenas por violación, por violencia sexual en la ESMA, en Buenos Aires y cuenta su historia y es un personaje fascinante porque está lleno también de ambigüedades. Es también un personaje incómodo que confronta la memoria, porque fue siempre despreciado por los propios exiliados argentinos, y habla de muchísimas cosas y habla muy bien. Es un libro profundo, desgarrador, que a veces duele y que me parece de lo mejor que se va a publicar este año, La llamada de Leila Guerrero. Esos cuatro son lecturas recientes todas, todo lo que te ofrezco de la dieta lectora reciente.