Todo lo que no te atreviste a preguntar sobre el fetichismo en 10 libros

En La Atadura de la jovencísima Vanessa Duriès, publicada en España en la colección La sonrisa vertical de Tusquets, los vínculos entre la pareja de practicantes sado-masoquistas son una vía para el autoconocimiento. Algo similar le ocurre a Echo, la protagonista de la novela de Saskia Vogel Soy una pornógrafa, con la dominatriz Orly. El encuentro casual de ambos personajes abrirá a esta mujer de Los Ángeles a nuevas experiencias y ganas de vivir renovadas tras un trágico suceso.
Hoy, la publicación de una novela como el Mal de Portnoy de Philip Roth, no causaría el menor revuelo, - o eso creemos- pero en 1969 año en que apareció en EEUU, las confesiones de Alexander Portnoy a su psiquiatra escandalizaron a una sociedad moralista y puritana no acostumbrada a tales parafilias sexuales. En Historia del Pelo, de Alan Pauls, este elemento en apariencia frívolo sirve de pretexto al autor para completar su trilogía sobre la década de los setenta en Argentina junto con Historia del llanto e Historia del dinero.
Dos grandes autores españoles que han tratado el fetichismo en sus obras. El gran Gómez de la Serna en Senos, dónde se da cuenta de la fetichización de la mujer a través de todo tipo de senos; “opacidad convexa y muda parece siempre oponerse, desde luego, a la concavidad hospitalaria del sexo”. Y el protagonista del Amante lesbiano de Jose Luis Sampedro, una obra rupturista que narra con maestría la profundidad de las relaciones sadomasoquistas y el contacto carnal.
Mandíbula, la ecuatoriana Mónica Ojeda, rompe convenciones y lleva la acción al secuestro de una alumna de un colegio elitista del Opus Dei por parte de su profesora de inglés. Los amantes de la novela gráfica disfrutarán con Valentina de Guido Crepax, sensualidad eslava en ebullición.
Todo lo que no te atreviste a preguntar sobre el fetichismo en 10 libros
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Este libro es una noche de sábado de las que empiezan bien y terminan mejor. Aún hoy tengo sus personajes en la mente. Papá y mamá me fascinan, quiero que sean míos, que me hagan judía, que abusen de la transparencia que llevo en la mirada, como hicieron con Alexander Portnoy.
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Cuando la broma y el juego dejan de serlo entra en escena la ecuatoriana Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988), quizá una de las mejores narradoras de los últimos años. Su anterior novela publicada en España, Nefando, horadaba en el asunto de la pornografía y el sexo cuando este deja de ser mero placer y se convierte en pura violencia. En la nueva, Mandíbula (título de una sola palabra, como una bofetada) aborda las relaciones femeninas cuando entra lo tóxico, la venganza y el dolor. La premisa es una chica secuestrada por una de las profesoras de su instituto. No es una maestra cualquiera: había sufrido bullying por parte de varias alumnas, entre ellas la secuestrada, una niña bien, pija, hipster oscura. Ojeda va trazando la situación de angustia, y a la vez la relación entre todas esas mujeres, la que se establece entre las amigas de la adolescencia cuando se deja de jugar a la comba y donde el sexo y el deseo también juegan un papel prominente. A medias entre lo terrorífico y lo sórdido. Y, sobre todo, lo femenino alejado de cualquier cuento de hadas.
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