
Especial Vender mucho o recibir elogios: ¿Ha muerto el 'best seller' de prestigio?
Si bien están presentes durante todo el año, el verano es época de best sellers. Es el momento en el que gran parte de la población aprovecha el tiempo libre para leer, ya sea una actividad habitual o no. De hecho, según el último estudio Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España de la Federación de Gremio de Editores, la falta de tiempo sigue siendo, con un 46%, la principal excusa de la población de nuestro país para no dedicarle más atención a la lectura. Así, en vacaciones ese pretexto no tiene lugar, y muchos y muchas incluyen un libro en su maleta para abrirlo en la playa o al borde de la piscina. La cuestión, en especial para los no lectores habituales, es qué título se escoge. Aquí es donde el best seller cobra protagonismo.
Solo hay que repasar los títulos que encontramos en cualquier aeropuerto o estación de tren. Las opciones que se ofrecen al público responden casi en su totalidad a ese concepto de literatura de entretenimiento que suele ser desdeñada por la crítica literaria y por los lectores más avezados. Desde la novela negra o el thriller canónicos a la ficción histórica, la literatura romántica o los consabidos libros de autoayuda, renombrados por algún experto en marketing por “crecimiento personal”, las opciones no se corresponden con lo que pomposamente se ha denominado “alta literatura”. Pero no siempre fue así.
Hace unas semanas hablábamos con Gervasio Posadas sobre su última novela, El fracaso de mi éxito, en el que satiriza a la industria literaria y las ansias de reconocimiento que vivimos hoy en día. Durante nuestra charla, Posadas se refería a una época en la que el término best seller no estaba necesariamente reñido con el reconocimiento literario, y había obras que conseguían ser éxitos de ventas a la vez que el respeto de críticos y lectores. En la actualidad, salvo fenómenos esporádicos, esa conexión es cada vez más escasa. La pregunta obvia es si ha cambiado la oferta editorial o han sido los lectores.
La tentación de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, que el público cada vez es menos exigente y vamos a la deriva intelectual, siempre está ahí y es poderosa. Sin embargo, eso sería caer en un reduccionismo fácil. Una de las claves está en el número de títulos que se publican cada año, que ha ido creciendo sin cesar. En 2024, según el Ministerio de Cultura, se publicaron 89.347 libros, por encima de los 2.000 más del año anterior. La oferta crece y, como sabemos, se atomiza. Si las editoriales buscan a personajes famosos, desde la televisión al mundo de los influencers, como reclamo, es porque apuntan a determinados nichos de mercado.
Esa multiplicidad de opciones hace que cada vez sea más complicado que haya un El nombre de la rosa, unas Memorias de Adriano o un El perfume que llegue a todo tipo de públicos lectores, más habituales o menos, porque su presencia se diluye. Los casos de Patria o, más recientemente, La península de las casas vacías existen, pero se vuelven cada vez más esporádicos.
Al mismo tiempo, los autores son cada vez más conscientes de esa panorámica de lectores, y la búsqueda del éxito de la que hablaba Posadas, si es el fin último que se persigue, guía a sus obras. Un ejemplo reciente es uno de los libros más vendidos de esta temporada estival, que acabará en no pocas maletas vacacionales. La asistenta, el thriller de Freida McFadden, se ha convertido en uno de los best sellers del momento a través de plataformas como Amazon y las reseñas de sus usuarios. La moraleja es clara: hay lectores que quieren ir a lo seguro y centrarse en el entretenimiento, y hay autores más que dispuestos a dárselo. El respeto de la crítica y dejar una impronta en la historia de la literatura no resulta, en la mayor parte de los casos, tan rentable. Algo habitual que vemos a diario en otras industrias culturales pero que, de vez en cuando, nos hace suspirar con algo de añoranza por una época en la que los libros que más vendían dejaban un poso duradero en los lectores.