¿Cómo se lee esto? Los libros más extraños jamás escritos

En la lista de los finalistas para el prestigiosos premio Man Booker, junto a ese favorito que es
Los testamentosde Margaret Atwood, hay un título que ha llamado mucho la atención.
Ducks, Newburyport, la escritora Lucy Ellman ha creado una novela de más de mil páginas que, en su mayoría, esta compuesta por tan solo ocho frases. Una arriesgada propuesta que apuesta por un modelo de escritura distinta, pero que también exige una perseverancia especial al lector. Mucho antes que Ellman, muchos han sido los escritores que han querido experimentar con el lenguaje o con los formatos, ofreciendo al lector una visión distinta a la habitual, cuando no invitándole a participar del proceso en un rompecabezas que solo ellos podían completar. Se suele citar como uno de los primeros ejemplos de esta perspectiva juguetona en la literatura a
Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, en el que Laurence Sterne utilizaba extensas digresiones, recursos como los guiones o incluso elementos gráficos para dinamitar las estructuras todavía incipientes de lo que se llegaría a denominar novela. Esta vocación experimental continuaría en el tiempo, pero es a lo largo del siglo XX cuando encontramos a más autores dispuestos a jugar con el lenguaje y la estructura para intentar llevar más allá el formato de la narración. En
Rayuela, Cortázar nos anima a saltar de una parte a otra como en el juego infantil que le da nombre, dejando libertad al lector para entrar en el juego o continuar la parte de narración lineal. Esa estructura, pasada por el tamiz de los libros de “elige tu propia aventura”, fue adoptaba por Miqui Otero en su
La cápsula del tiemporecientemente. Georges Perec, otro experimentador juguetón, se propuso escribir
El secuestrosin utilizar la letra “e”, algo que en su traducción a otras lenguas supuso un enorme problema (en castellano, la letra que se omite es la “a”). Los signos de puntuación también han sido un campo de batalla para algunos escritores, desdeñándolos casi por completo para crear un flujo narrativo más cercano al pensamiento que a lo que entendemos comúnmente por una narración articulada. En
Las puertas del paraíso, el escritor polaco Jerzy Andrzejewski encadena más de 40.000 palabras en una sola frase que, al final del libro, se ve contestada por otra de tan solo cinco. Gertrude Stein también utilizó los signos de puntuación de una manera distinta a la habitual, desdeñando a menudo las comas, a las que odiaba. Y, más recientemente, José Saramago también alteró estos símbolos en obras como
Ensayo sobre la ceguera, desdeñando los puntos. Otra manera de alterar el formato narrativa vino con la disposición de las palabras en la página. De similar manera a los caligramas de Apollinaire, en el que las letras conforman figuras, otros escritores han esparcido el texto sin seguir el formato lineal tradicional en la escritura occidental. En
La casa de hojas, Mark Z. Danielewski comienza con un relato que avanza en dos planos temporales distintos y que se va descomponiendo, literalmente, hasta desordenar las palabras sobre el fondo del papel.
La manera de narrar, más allá de cómo se expresa a través de la grafía que se imprime en la página, es otra arma que se ha utilizado para jugar con nuestra percepción. En
Si una noche de invierno un viajero, Italo Calvino juega con una serie de historias cuyo final no conocemos y que intrigan tanto al lector como a su protagonista. Martin Amis, por su parte, elaboró La flecha del tiempo dándole la vuelta a la narración lineal, con una historia que empieza por el final y avanza hacia el principio.
¿Cómo se lee esto? Los libros más extraños jamás escritos
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En épocas de mi vida he sido muy Oliveira y en otras muy Maga. Para mí, la mejor oda a la casualidad causal.”
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Ensayo sobre la ceguera', de José Saramago. La otra debilidad.
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El horror arquitectónico de una casa que por fuera aparenta una cosa y por dentro es un portal del infierno no es nueva, pero Danielewski la lleva al extremo de la ambición, cruzándola con otras historias y obsesiones, y esa desmesura me fascinó. Supongo que en mi obsesión por las casas también juega Shirley Jackson, que las usa como protagonistas en casi todas sus novelas (El reloj de sol, Siempre hemos vivido en el castillo, The Haunting of Hill House).
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