Especial Cómo sobrevivir al boom infinito de la novela negra
Octubre es un mes cargado de novedades editoriales, algo ya tradicional -septiembre marca el regreso a la actividad y las navidades se acercan- pero que cada vez parece más acentuado. Es habitual entre los profesionales del mundo del libro -editores, libreros o periodistas- comentar que este año hay aún más novedades, que no se puede llegar a todo, sin que se sepa muy bien si es simplemente una impresión generalizada o una realidad demostrable. Lo que sí sabemos es que el número de libros registrados en España el pasado año aumentó algo más de un 2,6%, llegando a los más de 89.000 registros del ISBN, el DNI del libro. De ellos, un 61% fueron en papel, y un 22% estaban enmarcados dentro de la sección “creación literaria”. En efecto, un número ingente de nuevas referencias entre los que los lectores y lectoras deben bucear para separar el grano de la paja.
Dentro de ese caudal de nuevos títulos, hay un género que tiene una presencia destacada y constante, que ha ido creciendo durante los últimos años y que muchos piensan que está llegando, si no ha llegado ya, a su límite de saturación: la novela negra. Si tomamos como referencia este mes en curso, encontramos novedades de autores como Jo Nesbo, Michael McDowell, Javier Castillo, Susana Martín Gijón, Lee Child, Patricia Cornwell o Louise Penny, entre muchos otros. Una oferta que es constante cada mes, salvo en el parón editorial de julio y agosto. Hasta el fan más sediento del género tiene que admitir que esta oferta es inabarcable, y cabe preguntarse si hay tantos lectores y lectoras para tanto libro.
Buscar la diferencia
Leer novela negra actual consiste, por tanto, en bucear entre los catálogos y jugar a algo parecido a “encuentra las siete diferencias”. ¿Ese inspector rebelde que va por libre no se parece demasiado a aquel otro que leí? ¿Esta trama de asesinato en un lugar remoto e incomunicado cuántas veces la leí antes, y mejor? A lo largo de los últimos años, muchos autores del género nos han contado en Librotea que, en efecto, sorprender al lector, o al menos ofrecerle un planteamiento nuevo, es cada vez más complicado. Hasta tal punto que, como nos explicaba el autor superventas A. J. Finn, buscar un giro final casi se ha convertido en una obligación para muchos escritores. “Hay demasiada presión sobre los autores para que inventen giros sorprendentes. Es verdad que muchos lectores recorren los libros solo para llegar a esa especie de orgasmo final. En consecuencia, muchos lectores juzgan un libro en base a si logra sorprenderles o no”, confesaba.
Por esa misma razón, otros autores y autoras se están escorando a planteamientos diferentes, o la hibridación de géneros. La novela negra histórica, aquella que bebe de obras como El nombre de la rosa, ha vivido su particular auge, con obras como la Trilogía de Estocolmo de Niklas Natt och Dag o, en España, las dos últimas novelas de Susana Martín Gijón. Otros han buscado su diferencia en lo opuesto a la crudeza característica de la novela negra nórdico, que en su día también resultaba novedosa por el tratamiento tan gráfico de la violencia. El llamado cozy mystery, una intriga más amable y en la que los asesinos en serie cruentos no están invitados a participar, también lucha por lograr su cuota de mercado.
Esa búsqueda por la diferencia también ha llegado a lo que ya es casi un subgénero, o al menos una tendencia dentro de la novela negra: utilizar como investigadores a personajes históricos o escritores célebres. De la Jane Austen detective de Jessica Bull al Unamuno de Luis García Jambrina, la diferencia o la sorpresa también se busca en esos juegos metaliterarios.
Estrategia todas ellas, en definitiva, con un mismo fin: no perderse entre el océano de novedades. Por la parte de los lectores, no queda sino el recurso de siempre, el criterio, si cabe en este contexto aún más necesario.